Por: Mónica Martínez Mauri
Antropóloga social
Barcelona, España
22-10-2024

     Mi primer encuentro con un misionero claretiano fue hace 25 años. Sorprendentemente fue lejos de mi ciudad natal, Manresa, en la Catalunya central, a tan solo 50 kilómetros de Vic. Fue en la pequeña isla de Gardi Sugdub. Jorge Ventocilla, a quien acababa de conocer en la ciudad, me había recomendado empezar mi trabajo de campo en Gunayala conversando con un buen amigo suyo, el padre Ibelele, el primer padre católico guna.

Al cabo de un año, cuando conseguí trasladarme a Gardi para realizar el trabajo de campo de larga duración necesario para mi doctorado, la terraza de la iglesia de Gardi se convirtió en uno de mis lugares predilectos. Ahí pasé muchas horas conversando con el padre Ibelele de sus viajes a Europa, sobre las enseñanzas del Babigar, y muchas otras vivencias que todavía recuerdo con mucho cariño. Con él aprendí la mayoría de los refranes con los que deleito a mis hijas casi a diario.

     A este encuentro siguieron muchos más. El padre Benicio, siempre sonriente y dispuesto a servirnos un plato en la mesa. Pero no solo fueron significativos los claretianos que he conocido en vida, los que ya se habían ido antes de mi llegada también me regalaron sus aprendizajes. Leyendo sus diarios, crónicas, libros, gramáticas y diccionarios pude entender el pasado y aprender a hablar en dulegaya. El padre Erice y sobre todo el padre Puig −quien por suerte era catalanohablante como yo− me permitieron entender las estructuras gramaticales gunas, las lógicas del lenguaje, desde una perspectiva que me era muy familiar.

Los años han pasado y me mantengo próxima a los claretianos que siguen en la comarca, facilitando la comprensión de la diversidad cultural en el mundo y trabajando para que los puentes entre las distintas maneras de estar en él sigan tendidos.