Por: P. Javier Hernández Q., cmf.
San José, Costa Rica
19-2-24
Al celebrar en este mes de febrero mis 25 años de vida sacerdotal, primeramente, doy gracias a Dios por el llamado que me hizo para servir a su Pueblo en el Carisma Claretiano, segundo, dar gracias a mi familia y al pueblo que me vio crecer, quienes han sido fundamentales en mi respuesta vocacional, y tercero dar infinitamente gracias a mi Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, quienes me han formado en la fragua del Amor de Dios.
Ciertamente desde el inicio de mi formación a la vida Misionera hasta la fecha, he experimentado la mano de Dios en mi vida y he vivido experiencias que no me imaginé iba a vivir. El contacto con la gente a donde he sido enviado a ejercer este don ministerial, me ha hecho crecer como persona y como hijo de Dios. Con el pueblo Qeqchi, en Semají y El Estor, Izabal, Guatemala, al que fui enviado en mi primer destino, estoy profundamente agradecido porque más que dar, recibí mucho de ellos, aprendí a vivir una fe natural, sencilla, y a descubrir a un Dios que me habla en la creación y en la comunión de un pueblo. El pueblo campesino, tanto en Semají como en Arizona, Honduras, y en Darién Panamá, me enseñaron que, en medio de la injusticia y la pobreza, se puede sacar fuerzas para salir adelante, y mantener una fe firme a pesar de todo.
En mis pocos años como formador o acompañante de los procesos formativos, aunque fue muy poco lo que pude aportar, si logré obtener herramientas para acompañar la vida espiritual de quienes me lo piden. No han faltado momentos difíciles en mi vida ministerial, pero ha sido mucho mayor la gracia en tantas experiencias maravillosas que he vivido en mi servicio sacerdotal. A quien lea este pequeño artículo le pido una oración por mi fidelidad y santificación a través del Ministerio Sacerdotal, siendo un verdadero Hijo del Inmaculado Corazón de María.