“Permítanme decirles que yo tengo la fama y me dicen que soy, “el mata caravanas”, porque desde que soy presidente no pasa una caravana en Guatemala. México está muy agradecido con nosotros de cero tolerancias a los coyotajes. Pero también es un tema que hay que verlo desde el punto de vista legal”. Así se expresó recientemente el Presidente guatemalteco Alejandro Giammattei, quien busca reforzar las restricciones para el paso de migrantes por el país. Razón tiene en lo que dice, pero la caravana invisible, la de todos los días y todas las horas, esa no la detiene nadie.

Esta caravana invisible es la que vemos a diario en nuestro albergue parroquial donde no dejan de llegar de varias nacionalidades, especialmente hondureños y venezolanos. A todos los que llegan les brindamos una atención básica que incluye hospedaje y alimentación en las instalaciones de la parroquia. Esta caravana invisible consiste en pequeños grupos que se desplazan por las carreteras, burlando los puestos de registro policial porque cuando no lo pueden hacer, deben pagar una extorsión a los agentes de turno para poder continuar. Así lo expresan los migrantes con sus propias palabras: “voy a contar lo que me pasó. Hay muchos retenes de policía y ellos nos están quitando el dinero y creo que no está bien, eso es algo injusto. Uno viene, pero no trae dinero, sino que nos deshacemos de lo que tenemos para comer en el viaje y ellos nos quitan lo poco que traemos”. Este es el testimonio de una joven hondureña que iba con su esposo y un bebé de nueve meses, rumbo a las Estados Unidos.

Dos jóvenes mujeres nos dicen lo siguiente: “algunas personas nos cierran las puertas, y otras nos han tratado bien. La policía nos quitó quinientos quetzales, en este momento voy a “chuña” (descalza), porque no nos dejaron nada”. Buscamos una vida mejor, en Honduras, la situación está bastante difícil, la canasta básica ha subido, un huevo no baja de nueve pesos. Nosotros queremos trabajar y hacer nuestras cosas. Pedimos a la gente de Guatemala y México que nos apoyen, que no nos cierren las puertas”. Palabras textuales de una entrevista reciente que he hecho a dos madres hondureñas que van con sus bebés hacia los Estados Unidos, una tiene 18 años y la otra 19. Ambas van con sus parejas. Las dos terminan agradeciendo la cálida atención que han recibido en nuestro albergue.

Mientras tanto, este invaluable servicio que prestan las casas de migrantes y albergues en el país está en riesgo debido a las exigencias establecidas por el Estado Guatemalteco. El debate sigue, y las personas en tránsito migratorio, excluidas de las políticas económicas de sus países de origen, tampoco se detienen. Pero ¿por qué restringir las casas de migrantes y albergues en el país si el mismo Instituto Guatemalteco de Migración exige velar por la protección y cuidado de las personas migrantes?