“…me dirijo al Señor y le digo con todo mi corazón: ¡Oh Señor mío, Vos sois mi
amor! ¡Vos sois mi honra, mi esperanza, mi refugio! ¡Vos sois mi vida, mi gloria, mi
fin! ¡Oh amor mío! ¡Oh bienaventuranza mía! ¡Oh conservador mío! ¡Oh gozo mío!
¡Oh reformador mío! ¡Oh Maestro mío! ¡Oh Padre mío! ¡Oh amor mío!” (Aut 444.6)
Esto fue redactado hace 150 años, y por alguien que nunca dominó con elegancia la
lengua castellana. Por lo demás, desde la época del barroco, el lenguaje de la espiritualidad
se había vuelto recargado y, a veces, meloso y “sensiblero”. Quizá hoy resulte más cercano
el modo de expresarse Pablo de Tarso: “vivo yo, pero no vivo yo, que es Cristo quien vive
en mí” (Gal 2, 20), o bien, “para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia” (Flp 1, 21).
Lo que domina estas expresiones de Claret es la “pasión”, el afecto, un corazón
lleno a rebosar que encuentra dificultad en describir lo que en él habita. Nótese la mención
del amor al comienzo y al final de la frase, y en el centro de ella el gozo. Hace unos 20
años, un entrevistador preguntaba al conocido obispo Casaldáliga si era feliz, y él respondió
con énfasis: “casi feliz”. No explicó más, pero por el tono y el contexto se le entendía: es
muy sensible al sufrimiento humano, pero con la convicción y experiencia evangélica del
amor inconmensurable de Dios a todas sus criaturas.
A situaciones como ésta de Claret no se llega en dos días, sino después de años de
búsqueda, de oración, de inmersión en lo divino. El fruto lo describe San Juan de la Cruz en
versos insuperables: “En la interior bodega / de mi amado bebí, y, cuando salía,/ por toda
aquesta vega / ya cosa no sabía / y el ganado perdí que antes seguía” (Cántico espiritual).
Claret, Juan de la Cruz y otros muchos nos han dejado el testimonio de una vida
inmersa en Dios y feliz. Claret ya sólo entiende de amor, y de vivir en Cristo; el santo
carmelita va como ebrio, y con la existencia simplificada al máximo: “ya no guardo ganado
/ ni ya tengo otro oficio, / que ya sólo en amar es mi ejercicio” (Cántico espiritual).
Y una última observación: eran de carne y hueso, como nosotros.