Por: P. Daniel Antonio Monge Sandoval, cmf.

Arizona, Honduras
23-9-24

En el misterio de la tierra
“sin saber cómo” (Mc. 4, 27), se gesta la vida nueva en el grano de trigo. (El Ahora Nuevo, Benjamín Gonzales Bueltas, S.J)

Sembrar, aunque parezca infructuoso: como casi todo por estos “nuevos tiempos”, el dar seguimiento al camino de la Escuela bíblica parroquial, Monseñor Marcelo Gerin (fundador del Movimiento de los delegados de la Palabra), ha constituido todo un desafío. Entre la crisis sistémica, ocasionada por la pandemia del COVID-19 y la apatía de muchos de nuestros cristianos, que como dice el Papa Francisco, han abandonado los dinamismos de su vida cristiana (entre los que se encuentra la Palabra), no ha sido fácil dar continuidad al caminar con la Palabra. A menudo nos acompaña una cierta sensación de que estamos sembrando en vano, pero aún y con todo ello, no dejamos de sembrar, aunque parezca infructuoso, porque confiamos que “sin saber cómo” la Palabra irrumpirá y dará su fruto.

Respetar los tiempos de la Palabra: esta realidad nos ha recordado que debemos respetar los procesos, que de habitual la naturaleza humana no da saltos y que hay que tener paciencia (“esperar sufriendo”), pues bien dice el dicho de que “no por mucho jalarle las hojas a las plantas crecen más rápido”. La Palabra nos educa y nos enseña que cada cosa tiene su tiempo, y que la acción de la gracia se da sin violencias ni imposiciones, sino “sin saber cómo”. No son nuestros plazos los que determinan el cuándo de la salvación. Ante la Palabra debemos saber esperar el tiempo de Dios que siempre tiene la última palabra.

Ni holgazanes ni controladores: que la Palabra por sí misma sea “viva y eficaz” (Heb 4,12), no nos releva ni exime de la tarea que consiste en “sembrar a tiempo y destiempo” (2 Tim 4,2), sin caer en la obsesión ni la agitación nerviosa de la sociedad de nuestros días, esclava del rendimiento y de la eficacia en el trabajo, disposiciones que vuelven inútiles muchos de nuestros esfuerzos. Los frutos de la Palabra no se miden en esos términos, no debemos volvernos controladores pues la Palabra no se deja emancipar por nuestros cálculos. Como la semilla que crece “sin que sepamos cómo”, el Reino de Dios está llegando sin que comprendamos todos los caminos por los que está aconteciendo.

La obra del Espíritu por la Palabra no se publicita: le preguntaron a Jesús “si era ahora que iba a establecer el reino” y él respondió que “no les correspondía a ellos conocer los plazos…” (Hechos 1,6-7). Que tranquilizador resultaría para nosotros saberlo, pero de ordinario el Espíritu se lo reserva para sí, de manera que nadie sabe “ni de dónde viene ni para dónde va” (Jn 3,8). Su acción siempre es silente, sin esperar un “Like” que le apruebe. No se mercantiliza ni comercializa, ni se mide en términos de “me gusta”, y no obstante siempre se hace viral, “sin saber cómo”. Habitualmente, hace su trabajo sin alterar lo cotidiano, entre nuestro “dormir o velar”. Entre lo ordinario y lo vulgar de nuestras vidas, sin avisos que sobresalten o alteren nuestras rutinas cancinas y monótonas. Sólo pide docilidad y apertura a la Palabra para dejarnos envolver por su misterio, y él hace el resto, “sin saber cómo”. Sin reflectores ni alfombras rojas, entre el silencio y el anonimato, el Reino de Dios se está cumpliendo, aunque todavía no.

Confiar en la calidad de la semilla (la Palabra): en la Escuela de la Palabra hemos aprendido que no hay que saberlo todo, sólo lo esencial, y que lo contrario es vanidad y vanagloria. Lo previsible siempre es lo impredecible de la Palabra, hay que dejarse sorprender por ella, aunque su camino sea el habitual: “primero la hierba, luego la espiga, y por último la espiga se llena de granos” (Mc 4, 28). Ella es la buena cimiente que nos arraiga en el camino del Evangelio y nos mantiene firmes en el seguimiento y servicio a la causa de Jesús. Lo único que nos pide, como servidores suyos, es hacer nuestro trabajo (sembrar) y no dudar de la calidad de esa semilla, que, a su tiempo, dará sus frutos, “sin saber cómo”, incluso cuando la vemos crecer en medio de la cizaña, que amenaza con ahogarla y hacerla infructuosa (Mt 13,24-43). La palabra no es eficaz por nuestro empeño, aunque necesite de él, es la gracia de Dios, de la que es portadora, la que la hace fructificar, “sin saber cómo”.

Hay que confiar que el Señor está haciendo su obra, aunque en estos desconcertantes tiempos no entendamos del todo su pedagogía. El Reino está aconteciendo en la vida de las personas, sin que ellas ni nosotros “sepamos cómo”.