Por: P. Chetankumar, cmf.
Darién, Panamá
21.11.2025

     Vivir este tiempo de preparación hacia los cien años del Vicariato del Darién ha sido, para mí, una gracia profunda. Cada semana siento que el Espíritu nos impulsa a caminar juntos y que la historia viva del Vicariato se renueva en cada comunidad que visito y en cada gesto de fe que presencio.

Un camino hacia el Centenario
La celebración no comenzó con una fecha en el calendario; se fue tejiendo lentamente, como una siembra paciente en la tierra darienita. Oración, reflexión y encuentros comunitarios marcaron cada etapa en las distintas zonas del Vicariato: Jaqué, Sambú, Garachiné, La Palma, El Real, Yaviza, Río Congo, Agua Fría, Santa Fe, Metetí y tantas comunidades dispersas que, aun separadas por largas distancias, se unieron en un mismo espíritu.

Uno de los signos más significativos fue la peregrinación con la custodia y la cruz, que recorrieron caminos que solo quien conoce el Darién puede imaginar: senderos de lodo, ríos que obligan a esperar la marea y montañas que se suben con el corazón. La custodia —presencia viva del Señor— y la cruz —símbolo de entrega total— pasaron de mano en mano, dejando una huella profunda en cada comunidad. Verlas llegar entre flores, cantos y tambores fue un recordatorio de que la fe en el Darién no es teoría: es vida, camino y resistencia.

Memoria viva de un pueblo creyente
Cada etapa fue un encuentro entre generaciones. Los mayores recordaban la llegada de los primeros misioneros, que viajaban ríos enteros o caminaban semanas solo para celebrar la Eucaristía. Los jóvenes aportaban la fuerza de su entusiasmo y su deseo de seguir construyendo una Iglesia que sea hogar para todos. En medio de ellos, también encontré mi lugar: como testigo, como hermano y como alguien que busca comprender más profundamente el espíritu del Vicariato.

Cien años de misión en una tierra que enseña
El Darién es escuela de vida. Su geografía, su pueblo y su historia han moldeado la identidad de esta misión. Celebrar un siglo es reconocer que la Iglesia se ha sostenido gracias a la fe sencilla de sus habitantes: campesinos, pescadores, familias migrantes y pueblos originarios Emberá, Wounaan y Guna.

Durante esta preparación escuchamos testimonios de misioneros y misioneras que lo han dado todo por esta región. Sus historias me hicieron valorar el sacrificio silencioso de quienes han caminado junto a las comunidades más apartadas, respetando sus culturas y aprendiendo de su sabiduría ancestral.

En este proceso he experimentado la comunión, participación y un profundo sentido de familia eclesial. El Vicariato no es una institución lejana: es un pueblo que sigue construyéndose día a día.

Lo que el Darién sembró en mí
Este tiempo se convirtió para mí en una peregrinación interior. Cada rostro, cada historia y cada paisaje me enseñaron que la misión no consiste solo en llegar a un lugar, sino en dejarse transformar por él.

El centenario no celebra únicamente lo que ya se ha vivido; es un impulso hacia los próximos cien años. Me siento privilegiado de ser parte de esta historia que culminará en la gran celebración del 29 de noviembre de 2025, en Metetí, Darién, una tierra donde Dios camina en sandalias de barro y en los corazones de su pueblo.

Felicidades al Vicariato del Darién. ¡Viva la misión!