Por: Jessica M. Domínguez D.
Ciudad de Panamá, Panamá
20.11.2025

     Cada 25 de noviembre recordamos que la violencia contra la mujer sigue siendo una herida abierta en nuestra sociedad. Para la Iglesia, y especialmente desde la Doctrina Social, esta fecha es un llamado a defender la dignidad humana, fundamento de toda vida creada a imagen de Dios. Ninguna forma de violencia —física, emocional, económica o espiritual— es compatible con el Evangelio.

El Papa Francisco nos enseñó que la violencia contra la mujer es una herida para toda la humanidad. Por eso, nuestras comunidades están llamadas a ser espacios de acogida, escucha y protección. No basta lamentar la realidad: debemos comprometernos a prevenir, acompañar y sanar.

Desde la espiritualidad claretiana, este compromiso nace del fuego misionero. San Antonio María Claret entendió que evangelizar implica también enfrentar las injusticias que hieren a los más vulnerables. Hoy, ese fuego nos impulsa a levantar la voz por las mujeres que sufren, a acompañarlas con cercanía y a trabajar por relaciones humanas más justas y respetuosas.

Jesús mismo trató a las mujeres con ternura, dignidad y valentía, rompiendo barreras sociales y devolviendo valor a quienes habían sido olvidadas. Su ejemplo nos invita a construir una “cultura del cuidado”, donde cada persona pueda vivir sin miedo.

Conmemorar el Día Internacional de la Erradicación de la Violencia contra la Mujer es un acto de memoria, sí, pero también de profecía. Es reconocer a las víctimas, pero también comprometernos a que no haya más. Es escuchar el clamor de tantas hermanas que, dentro y fuera de la Iglesia, siguen esperando justicia. Es por lo que, en esta conmemoración, pidamos la gracia de ser comunidades que protejan, eduquen y transformen. Que nuestro compromiso no termine en esta fecha, sino que se convierta en un estilo de vida marcado por el respeto y la misericordia.

La comunidad cristiana debe educar en la igualdad, acompañar en el dolor y vigilar sus propias estructuras para no reproducir formas sutiles de discriminación. El Evangelio nos exige coherencia: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. No puede haber abundancia de vida allí donde hay miedo, humillación o silencio impuesto.

Que el Señor encienda en nosotros el fuego del amor claretiano, para que ninguna mujer vuelva a sufrir violencia, y todas puedan vivir en plenitud, como Dios quiere.