Por: Jessica M. Domínguez D.
Ciudad de Panamá, Panamá
21-10-2025
Antes pensaba que ser misionero era igual que ser religioso y que eso conllevaba irme a un país lejano a servir; pues nada más lejos de la realidad, ¡Yo también soy misionera! Y es que ser misionera bajo el carisma de San Antonio María Claret es, para mí, una respuesta de amor y compromiso con Dios y con el prójimo. Claret, con su vida y misión, nos enseñó que el fuego del amor de Cristo no puede quedarse encerrado; debe encender otros corazones. Por eso, ser misionera no se limita a un lugar geográfico o a una tarea específica, sino que implica vivir cada día con disponibilidad, alegría y pasión por el Evangelio.

En un mundo marcado por la indiferencia, el individualismo y la falta de sentido, las vocaciones se han vuelto escasas. No porque Dios haya dejado de llamar, sino porque muchas veces el ruido del mundo no permite escuchar su voz. Por eso es urgente que los que hemos respondido al llamado misionero seamos testimonio vivo de que vale la pena entregar la vida por el Reino. Nuestra vida debe gritar con fuerza que Dios sigue llamando, que aún hay caminos hermosos por recorrer al servicio de los demás.

La misión comienza en lo cotidiano: en la familia, el trabajo, la comunidad. Cada gesto de amor, cada palabra de aliento, cada acto de justicia es una forma de compartir la Buena Noticia. No todos irán a tierras lejanas, pero todos estamos llamados a ser luz donde estamos. Allí, en lo pequeño y sencillo, también somos misioneros.

Hoy más que nunca, ser misionera es un acto de esperanza. Es creer que Dios sigue actuando en la historia, y que tú y yo, somos parte de ese plan. Como Claret, queremos decir: “Ardor en el corazón, verdad en la palabra y acción en la misión”.
