Por: Edgardo A. Guzmán M., CMF
San Pedro Sula, Honduras
24-7-2025

     El 16 de julio de 1849, en una humilde habitación del seminario de Vic, San Antonio María Claret encendió una llama que sigue ardiendo hoy: la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. En medio de un contexto eclesial y político convulso, Claret reunió a cinco jóvenes sacerdotes con una sola certeza: la Palabra de Dios debía ser anunciada sin fronteras ni miedos. Desde entonces, esa llama ha atravesado continentes, lenguas, culturas y generaciones, sosteniéndose por la convicción misionera de que «la caridad de Cristo nos urge» (2 Cor 5,14).

Este 176 aniversario de nuestra fundación nos encuentra en un momento especial: el Año Jubilar de la Esperanza, que nos invita a redescubrir nuestra vocación como una peregrinación misionera. Así lo ha recordado nuestro Superior General en su mensaje a toda la Congregación: «Nuestra identidad misionera es una llamada a caminar, a dar testimonio y a vivir con sentido. El peregrino claretiano camina con los ojos fijos en el Reino, acepta las dificultades, vive con desprendimiento, camina en comunidad y se deja guiar por el Espíritu».

     En la Provincia Claretiana de Centroamérica, esta celebración ha resonado con fuerza durante la realización del XV Capítulo Provincial, vivido bajo el lema: “Caminamos juntos en la misión por nuestra querida Centroamérica”. Este lema expresa esa llamada de Dios que sentimos de seguir adelante, en comunión, con esperanza y audacia, atentos a los clamores de nuestros pueblos, especialmente de los más pobres, y abiertos a las sorpresas del Espíritu. No caminamos solos: caminamos con las comunidades que acompañamos, con nuestros hermanos de Congregación, con los laicos, los jóvenes, y con todos aquellos que buscan vida plena, digna y justa.

     La peregrinación claretiana, como nos ha dicho el P. General, es también un proceso de conversión interior: llevar solo lo esencial, dejarnos transformar por el camino y ser signos visibles de la alegría y la esperanza del Evangelio. En un mundo herido por el egoísmo, el miedo y la autosuficiencia, nosotros renovamos hoy nuestra vocación a ser testigos de esperanza, comunión, de libertad y de fe encarnada.

En este nuevo aniversario, el Espíritu nos llama a volver al corazón de nuestro carisma, en aquella cuna misionera de Vic —el lugar donde todo comenzó— para que el fuego misionero se reavive, el pulso de nuestra vocación se restablezca y la llama de nuestra misión vuelva a arder con fuerza. Que, caminando juntos, arraigados en Cristo, alegres en la esperanza y audaces en la misión, sigamos siendo una Congregación peregrina al servicio del Reino de Dios en nuestra querida Centroamérica y en todo el mundo.