Por: P. Jeremías Lemus, cmf.
San Pedro Sula, Honduras.
24.04.2025
De allende los mares, venido, de talante e ibéricas costumbres, despojado de originales armaduras, hizo suya la suerte de sus ovejas.
Con la semilla universal del Evangelio llegó repleto desde el otro lado del atlántico para plantar en estas tierras tropicales del caribe hondureño, que en tiempos pretéritos anduviera y cultivara con estilos similares, el admirable Padre Subirana.
Y cuando hubo cumplido todo, con aspecto desgastado y feliz de haber hecho lo mandado, lo llamó de nuevo el Padre, que hacía más de cincuenta años a este suelo lo había enviado.
El Padre Luis Viejo Díaz, cmf., fue un Misionero del pueblo, con el pueblo y para el pueblo. Al releer la definición del misionero, heredado por San Antonio María Claret, no nos queda duda alguna de que era su cartografía que le orientaba cada día en su camino. Un hijo del Corazón de María es un hombre que arde en caridad…
De principio a fin, entregado a la causa de los pobres y humildes del valle de Lean, con algunas excepciones temporales por San Juan Pueblo y La Masica. Desde antes de que el Papa Francisco instruyera a sus pastores, ya olía a vacas, a monte y a tareas exigentes, tanto en lo pastoral como en la organización de comunidades para conquistar condiciones nobles y dignas para la población de estas comunidades.
Supo combinar su tarea como pastor y a su vez como promotor de mejores oportunidades para la sociedad, o establecer alianzas con quienes sintieran el deseo de cambiar el mundo, aunque fuera solo el mundo local y doméstico. Su voz grave y firme, era cercana, comprensible, consejera, motivadora para no desmayar en el camino, provocaba que la gente pensara y se planteara la vida con responsabilidad, incluso hasta dar un empujón para andar nuevos caminos o comenzar nuevas trochas.
Hizo lo que sabía ser, Misionero, pastor y apóstol, pero además destacó por su promoción social incursionando con proyectos de medicina alternativa, talleres de oficios masculinos como femeninos, agrícolas y agropecuarios, favoreciendo intermediaciones para construcción de viviendas dignas, estableciendo alianzas para la autogestión de todas las iniciativas y los últimos años de su vida, se entregó a la causa de la educación alternativa con el HIER.
Esto fue lo que hizo que tanta gente al final de su vida, el 10 de marzo de 2025, lo lloraron y aun lo extrañan, porque lo aman. Durante tres días, la gente se despidió de él en la Iglesia donde predicó, aconsejó y administró a tantos fieles, los sacramentos.
Su final no pudo ser diferente, lo acompañó su gente, su hermana de sangre, misionera también venida desde Colombia, sus hermanos de congregación que realizan la misión en Honduras, algunos hermanos en el ministerio diocesanos y religiosos y quien presidió su funeral, cercano y sentido, Monseñor Ángel Garachana que durante muchos años fuera su Obispo.
La gente caminó bajo un sol reluciente de mediodía desde la Iglesia Nuestra Señora del Pilar hasta el cementerio, recorriendo las mismas calles que tantas veces transitó. Fue sepultado en el lugar donde hacía poco tiempo antes había estado y expresado que le gustaría ser sepultado. En su adiós se soltaron globos blancos al cielo para recordar su eternidad en Dios y en la vida del pueblo de Arizona.
Al Padre Luis Viejo, le decimos gracias, le extrañamos, no lo vamos a negar, pero también tenemos la convicción de que su paso por esta tierra y este pueblo ha sembrado de esperanza, ilusión, sabiduría y ciencia a mucha gente que sabrá guardar en la memoria su legado cultivado.
Para despedir a un peregrino
Que el dolor no opaque la esperanza,
y que la luz disipe las tinieblas.
La semilla plantada por sus manos
florezca abundante en la labranza,
entre la gente de valles y laderas,
a quienes la Palabra repartió
hasta arrancar la hoja final del calendario,
y entregarse todo en manos del Padre.
Con lo que supone decir adiós
a quien tendió su mano en todo tiempo
y consoló cercano con su grave voz
como en susurro espiritual, atento.
En la hora pascual de Luis,
el recuerdo luminoso viene
de su firme e inclaudicable fe.
Dios hace contigo una eternidad feliz.