Por: Edgardo Guzmán, CMF
Roma, Italia
21.03.2025
Este año hacemos memoria del 45º aniversario del martirio de Monseñor Romero. Lo celebramos durante el Jubileo de la Esperanza. El tema central de este año jubilar nos lleva a considerar la figura de Romero como peregrino y profeta de esperanza. La imagen del peregrino evoca el camino, el movimiento, la búsqueda y la desinstalación. El itinerario de la vida cristiana de Óscar Romero estuvo marcado por un proceso continuo de conversión y un discernimiento permanente de la voluntad de Dios. Esto lo llevó a asumir plenamente su vocación como profeta de esperanza, hasta dar su sangre por el Evangelio y la defensa de su pueblo.
El martirio de Monseñor Romero le da credibilidad a sus obras y palabras, y lo convierte en un testigo universal. Es hermoso constatar cómo, a lo largo de estos años, se ha convertido en un referente mundial de la opción preferencial por los pobres y de la defensa de los Derechos Humanos, a pesar de todos los intentos por silenciar su voz, domesticar su imagen o dulcificar su profecía. Sin embargo, como los profetas bíblicos, su mensaje sigue siendo tremendamente actual. La voz profética siempre es incómoda: nos interpela y nos anima. Porque, como recitamos en el Credo, es el Espíritu Santo “que habló por los profetas”. Por eso, es una palabra viva y eficaz.
En este sentido, podemos recordar tres grandes expresiones de Romero que recogen parte de su experiencia vital como peregrino y profeta de esperanza.
1. “El pueblo es mi profeta”
Esta frase resume la profunda conexión de Monseñor Romero con el pueblo salvadoreño. No se veía a sí mismo como un líder distante, sino como un pastor que caminaba junto a su rebaño. La persecución lo acercó aún más al pueblo y lo llevó a identificarse con él: “Ustedes y yo somos un pueblo profético […]. Siento que el pueblo es mi profeta” (Homilía del 8 de julio de 1979). “Yo creo que el obispo siempre tiene mucho que aprender de su pueblo” (Homilía del 9 de septiembre de 1979). “Yo tengo que escuchar qué dice el Espíritu por medio de su pueblo y, entonces, sí, recibir del pueblo y analizarlo y, junto con el pueblo, hacerlo construcción de la Iglesia” (Homilía del 30 de septiembre de 1979).
Monseñor Romero aprendió del sufrimiento, de la fe y de la lucha por la justicia del pueblo. Escuchó atentamente su voz, interpretó sus anhelos y denunció sus opresiones. Su profecía nació de la experiencia del pueblo, de su dolor y de su esperanza. Se convirtió en “la voz de los sin voz”, en el eco de las víctimas de la injusticia. Y Romero permaneció siempre fiel a su pueblo. Su fidelidad se refleja en anécdotas conmovedoras. Cuando el gobierno enviaba retenes militares a los lugares que Monseñor visitaba, supuestamente para darle “seguridad”, él respondía con firmeza: “Yo les quiero repetir lo que dije otra vez: el pastor no quiere seguridad mientras no le den seguridad a su rebaño” (Homilía del 22 de julio de 1979).
2. «Sentir con la Iglesia»
En el lema episcopal de Romero, Sentir con la Iglesia, resuena la espiritualidad ignaciana. Su origen se encuentra en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, concretamente en «las reglas para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener». Para Romero, este sentir no era una mera adhesión institucional, sino un criterio de discernimiento fundamental en una época de profundas transformaciones postconciliares.
En el contexto de una Iglesia sinodal, este sentir con la Iglesia adquiere una dimensión aún más rica y dinámica. Ya no se trata solo de la relación del obispo con la institución, sino de la escucha atenta y el diálogo fraterno con todo el Pueblo de Dios. La sinodalidad nos invita a caminar juntos, a discernir comunitariamente la voluntad de Dios y a construir una Iglesia donde todos se sientan partícipes y corresponsables.
La experiencia de Romero nos recuerda que este camino sinodal exige una actitud de conversión permanente. No basta con cambiar estructuras; es necesario transformar nuestros corazones, abrirnos a la escucha del Espíritu Santo y atender la voz de los más vulnerables. Romero, al igual que la Iglesia sinodal, nos llama a salir de nuestras zonas de confort, a descentrarnos y a ponernos al servicio de los demás, especialmente de los más pobres y marginados.
El Sentir con la Iglesia en clave sinodal es un llamado a caminar juntos, a escucharnos mutuamente, a discernir en comunidad y a convertirnos en una Iglesia más fraterna, misionera y servidora. Romero, con su vida y su martirio, nos inspira a seguir este camino, a ser testigos de la esperanza en un mundo que anhela justicia y paz.
3. «Sobre estas ruinas brillará la gloria de Dios»
Esta frase no es solo una expresión de esperanza, sino una profunda profecía arraigada en la fe y en la convicción de que el bien triunfará sobre el mal. Es un grito de esperanza en la desolación:
“¡Cómo no nos va a llenar de esperanza también, hermanos! Cuando miremos que nuestras fuerzas humanas ya no pueden, cuando vemos a la patria como en un callejón sin salida, cuando decimos: ‘Aquí la política, la diplomacia no pueden, aquí todo es un destrozo, un desastre, y negarlo es ser loco’, es necesario una salvación trascendente. Sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor. De allí que los cristianos tienen una gran misión en esta hora de la patria: mantener esa esperanza. No estar esperando una utopía como algo ilusorio, como si nos adormeciéramos para no ver la realidad; sino, al contrario, mirar esta realidad que, en sí misma, no puede dar nada, pero que sí puede dar mucho si apelamos a esa redención trascendente” (Homilía del 7 de enero de 1979).
En el contexto de El Salvador durante la época de Romero, esta frase cobró un significado particular. El país estaba devastado por la violencia, la injusticia y la opresión. Las “ruinas” representaban la destrucción física y moral causada por el conflicto armado, la pobreza y la violación de los derechos humanos.
Sin embargo, Romero, con su mirada profética, veía más allá de la desolación. Creía firmemente que Dios no abandonaría a su pueblo y que, incluso en medio del sufrimiento, la esperanza renacería.
4. “La gloria de Dios es que el pobre viva”
Monseñor Romero no solía encerrar en palabras el misterio de Dios. Sin embargo, una célebre sentencia de San Ireneo caló profundamente en su corazón, y la reinterpretó con su propio matiz: “La gloria de Dios es que el hombre viva”, afirmaba San Ireneo.
Casi dos mil años después, en sintonía con el Evangelio, Monseñor Romero la perfeccionó y le dio un sentido aún más pleno: “La gloria de Dios es que el pobre viva” (Lovaina, marzo de 1980). Ireneo continúa: “Y la gloria del hombre es la visión de Dios”, una verdad que a menudo pasa desapercibida Sin embargo, Romero la tomó muy en serio. Un mes antes de su asesinato, expresó: “Ningún hombre se conoce mientras no se ha encontrado con Dios. ¡Quién me diera, queridos hermanos, que el fruto de esta predicación de hoy fuera que cada uno de nosotros nos fuéramos a encontrar con Dios!” (Homilía del 10 de febrero de 1980).
Así pues, para Romero, la gloria de Dios no se refiere a una manifestación espectacular o sobrenatural, sino a la presencia activa de Dios en la historia, transformando la realidad desde dentro, desde el corazón del ser humano. Esta gloria se manifestaría en la justicia, la paz, la reconciliación y la dignidad humana. Creía que el amor de Dios, encarnado en el pueblo salvadoreño, sería la fuerza que reconstruiría el país y sanaría las heridas del pasado.
A modo de conclusión: un legado de esperanza y compromiso
Monseñor Óscar Arnulfo Romero, peregrino y profeta de esperanza, nos dejó un testimonio de vida que resuena con fuerza en nuestro tiempo. Su martirio, lejos de silenciar su voz, la amplificó, convirtiéndolo en un referente mundial de la opción preferencial por los pobres y la defensa de los Derechos Humanos.
En un mundo marcado por la violencia, la desigualdad y la indiferencia, su legado nos anima a no perder la esperanza, a ser testigos de la verdad y el amor, y a construir un futuro donde la dignidad humana sea respetada y la justicia reine. Su vida y su martirio nos recuerdan que, incluso en los momentos más oscuros, la gloria de Dios puede brillar a través de la entrega y el compromiso de hombres y mujeres que, como él, se atreven a ser profetas de esperanza, de la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5).