Por: Angie Rodríguez
Ciudad de Panamá, Panamá
22.2.2025
En el verano de 1936, en Barbastro (Huesca, España) 51 religiosos Misioneros Claretianos fueron martirizados; no sé si esto te suene conocido, pero en el 2013 se presenta una película llamada: Un Dios prohibido, película de la que escuché hablar, y que luego vi con mi familia, una película que toca el corazón más duro con imágenes que aunque algunos vean como ficción, fueron reales y hoy lo siguen siendo en zonas en donde no podemos hablar ni mostrar nuestra fe; o tal vez has escuchado una canción que haba más o menos así: “… Jesús ya sabes, soy tu soldado..”, canción que cada 1 de febrero escuchamos con mucho fervor.
Luego de ese preámbulo, te quiero contar que nunca pensé que estuviera en mis planes tener la dicha de pisar el mismo suelo de aquellos 51 beatos, recorrer sus pasos y ver aquella campana aun colgando o esas escaleras en donde todavía se pueden escuchar las voces de hombres felices y conscientes de sus vocaciones, es realmente impactante y hasta cierto punto desgarrador ver cómo murieron, pero al mismo tiempo nos cuenta cómo el amor, la vocación y el perdón se abren paso a la vida en la eternidad.
El 2023 para mí fue un año de cambios, cambios que me hacían sentir, en algunas ocasiones, incertidumbre por el futuro, y justo en momentos como estos, la mano de Dios se hace más evidente, llevándome a tener un encuentro profundo con mi humanidad y mi fe. No sólo peregrinamos y seguimos los pasos de Claret (que debo decir fue una maravillosa experiencia), sino, que también visitamos en Barbastro el museo en donde estuvimos con las reliquias y pudimos hacer una jornada de oración personal, y algo que me llamó poderosamente la atención fue que el padre nos decía: “pongan a estos mártires a trabajar, escojan a su favorito, llévenlos consigo, hablen con ellos y pídanle también que interceda por sus necesidades y deseos” y yo, como soy obediente así lo hice.
Hoy, tres años después, sigo llevando en mi cuello esa medalla que no sólo es un recuerdo de un lugar, sino, un recuerdo de que soy una soldado de Cristo Rey hasta el último día de mi vida.