Por: P. Edgardo A. Guzmán M., cmf.

Roma, Italia
27/10/24

     Cuando nos acercamos en el templo claretiano de Vic a la cripta donde está alojado el sepulcro de Claret encontramos esta inscripción: “Enamórense ustedes de Jesucristo y de las almas y lo comprenderán todo, y harán mucho más que yo”. Esta frase, aunque no se encuentra en sus escritos, se atribuye a Claret por una tradición fiable. Probablemente la pronunció en Barcelona en 1860, durante un intenso período de predicación en el que sorprendió a muchos por su incansable actividad apostólica.

Durante ese viaje, Claret acompañaba a los reyes tras su regreso de las Islas Baleares. Mientras los monarcas descansaban o visitaban la ciudad, Claret predicaba sin descanso, llegando a ofrecer hasta diez sermones en un solo día. Su dedicación era tan notable que un grupo de jóvenes universitarios lo siguió por varios días, maravillándose de su entrega. Ante las palabras de admiración de uno de ellos, Claret respondió con humildad, invitándolos a enamorarse de Cristo y de las almas (Cf. A.E.C., p. 357, nota N.º 10).

     Este amor por Jesucristo fue el motor de su vida y misión. Para Claret, predicar el Evangelio no era solo una obligación, sino una necesidad vital. Decía que su “comida más sabrosa” era el tiempo que dedicaba a la evangelización. Desde joven, tenía un deseo insaciable de exhortar al pueblo, al punto de describirse como “infatigable” en este esfuerzo. La intensidad de su labor apostólica era fruto de su amor profundo por Cristo y su deseo de salvar almas.

La pasión incansable de Claret y su visión de una Iglesia misionera, en la que todos los creyentes tienen un papel activo, sigue inspirando hoy a la Familia Claretiana y a todos aquellos que buscan compartir la fe en un mundo que muchas veces se muestra indiferente. Al igual que Claret, estamos llamados a enamorarnos de Jesucristo y del prójimo, porque solo desde ese amor podremos comprender y transformar la realidad que nos rodea.

     Desde esta mística apostólica claretiana podemos vivir también esa conversión misionera y profética a la que nos invita el documento final de la segunda sesión del Sínodo de la Sinodalidad: «Hacia una Iglesia sinodal en misión». Como exhortó el Papa Francisco en su homilía de la misa de clausura: «Al Señor se le sigue por el camino, no se le sigue desde la cerrazón de nuestras comodidades, no se le sigue desde el laberinto de nuestras ideas, se le sigue por el camino. Y recordémoslo siempre: no caminar por nuestra propia cuenta o según los criterios del mundo, sino caminar por el camino, juntos, detrás de Él y caminar con Él. Hermanos, hermanas: no una Iglesia sentada, una Iglesia en pie. No una Iglesia muda, una Iglesia que recoge el grito de la humanidad. No una Iglesia ciega, sino una Iglesia iluminada por Cristo, que lleva la luz del Evangelio a los demás. No una Iglesia estática, una Iglesia misionera, que camina con el Señor por las vías del mundo» (27 de octubre de 2024).