Por el Hno. Abraham Ramos, cmf.

Nos congregamos amigos y familiares en la Parroquia San Silvestre del pueblo de Armenia, Departamento de Sonsonate, El Salvador, en una humilde y sencilla celebración para ser testigos de la obra que Dios va haciendo en mí. Me siento profundamente llamado a la Vida Religiosa Laical como Misionero Claretiano Hermano.

El 25 de Octubre de 2014 no fue cualquier día en mi vida, fue uno de esos días en el que desde sale el sol das gracias a Dios y te dispones a vivirlo con intensidad; no fue un día más, fue uno de los días más felices de mi vida, jamás lo olvidaré. Ese día lo viví con mucha alegría y gozo, por eso las palabras que el Papa Francisco dirigía a los Religiosos Consagrados hicieron mucho eco en mí: “la belleza de la consagración religiosa es la alegría, la alegría… la alegría de llevar a todos la consolación de Dios”.

Esta consagración religiosa laical la recibí a las puertas del año de la Vida Consagrada, el cual está siendo anunciado y animado con la palabra “alegría”. El Papa nos exhorta a “anunciar con gozo la alegría del Evangelio y vivir con alegría la Vida Religiosa”. No se trata, pues, de cualquier alegría, es la alegría de testimoniar y anunciar con gozo el Evangelio.

La consagración a través de los votos me da un nuevo impulso misionero, para ir con Buenas Noticias hacia los más necesitados del mundo (empobrecidos, enfermos y oprimidos en general), para animarles en la fe y la esperanza. Los votos han significado para mí un afirmar el amor y el servicio a los demás, pero de manera especial a los más empobrecidos y desahuciados que son efecto de la injusticia y la falta de fraternidad en este mundo; por eso en la tarjeta de invitación escribía: “el arte de ser Hermano para los hermanos es amar con intensidad y servir con alegría”.

Fue muy significativo regresar a mi pueblo para recibir los Votos Perpetuos, por eso elegí el Evangelio de Lucas 4,16-23: “Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, y según la costumbre entró en sábado en la sinagoga y se puso de pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías. Lo abrió y encontró el texto que dice: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor. Lo cerró, y empezó diciéndoles: hoy, en presencia de ustedes, se ha cumplido este pasaje de la Escritura.

Todos admirados por aquellas palabras decían: pero, ¿no es este el hijo de José?”

Jesús regresa al lugar donde se había criado, entra a la Sinagoga y recibe la unción del Espíritu Santo para ir a todos los pueblos a anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios. Esa experiencia de Jesús, en aquel pueblecito de Nazaret, la viví yo en el pueblo de Armenia con la consagración religiosa; muchos decían: ¿no es este Abraham, el hijo de don Agustín y de Doña Anita, que lo vimos crecer y jugar en nuestro barrio?

Mientras estaba “tirado en el piso” meditaba las palabras del Evangelio que se acababan de proclamar. Quiero, como Jesús, que esa Palabra se cumpla en mí. Por eso esta consagración religiosa ha significado un reavivar el fuego del Espíritu, para arder en caridad y regresar a la misión con el celo misionero que caracterizó a Jesús y que nuestro Santo Padre Fundador San Antonio María Claret siguió fielmente.

Finalmente compartirles la frase que ponía en la tarjeta del recuerdo de los votos: “Seguimos a Jesús, viviendo en comunidad para el anuncio misionero del Reino de Dios y su justicia”. Ojalá que esta experiencia de alegría y entusiasmo misionero que he vivido con estos Votos Perpetuos y que les he transmitido, les haga recordar su consagración religiosa y les anime a vivirla con mayor fidelidad y entrega en el día a día de su vida consagrada.

¡Bab bemarba gudii!
Dios les bendiga y les acompañe.