Por: Félix De Lama, CMF
Gunayala, Panamá
14-7-2025

     Llegué a Gunayala el 1 de diciembre de 1974, cumpliendo el sueño de niño de ser un día misionero en tierras lejanas. Llegué sin ser aún sacerdote, con la intención de que me conocieran, antes que otra cosa, como una persona normal. Me ordené sacerdote el 31 de julio de 1975, en Gunayala, en la comunidad de Dadnaggwed Dubbir. Viví ese momento no solo como una alianza y compromiso con Dios y la Iglesia, sino también como un compromiso y alianza con el pueblo en el que me estaba ordenando. El Señor ha permitido que este matrimonio esté a punto de celebrar las bodas de oro.

Desde el principio, tres palabras han marcado mi vida y mi espiritualidad: encarnación, kénosis y Reino de Dios. El seguimiento de Jesús que se encarnó en un pueblo concreto, con un lenguaje cultura y religión determinada y, asumiendo todas sus consecuencias, me impulsaba también a mí a vivir un proceso de encarnación. Eso suponía una inmersión en el pueblo guna, en su vida cotidiana, en su cultura, en su lengua, en sus sueños, en sus preocupaciones y en sus luchas. Llegar a ser parte, que te sintieran parte, tomando partido.

     Iniciar un proceso de encarnación conjetura necesariamente un proceso de kénosis, que supone irse vaciando de una carga de gustos, intereses, privilegios, de ideas preconcebidas, de hábitos, juicios adquiridos en otro contexto social, cultural y religioso diferente. Esto es algo que abarca a todo el ser. Desde lo corporal a lo espiritual. A nivel del cuerpo cuesta, pero el cuerpo se adapta a nuevos olores, sabores, colores, sonidos, clima, etc. Pero, lo más difícil es abrirse a nuevos códigos culturales y religiosos. Renunciar al orgullo de una visión occidental que ve a lo “diferente” como algo exótico, folclórico y superstición. Empezar a descubrir el valor y riqueza presente en esa otra cultura y religión.

     Y el otro aspecto que da sentido y enriquece estos procesos es la centralidad del Reino de Dios en la misión de Jesús y de la Iglesia. «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo» (Mateo 13,44). En el proceso de ir descubriendo la riqueza y presencia del Espíritu de Dios en la vida e historia del pueblo guna, conlleva de manera natural a descubrir el tesoro del Reino escondido en el mundo guna. A partir de ahí, renunciar a estilos y hábitos de vida, de pensamiento, fue mucho más fácil. Todo al servicio de este tesoro escondido. Llegamos a expresar que “el proyecto de Vida del Pueblo Guna era una mediación extraordinaria del Reino de Dios”.

     A partir de ahí, fue natural pasar de ver a los guías espirituales del pueblo guna como obstáculos o rivales en el trabajo de evangelización, a verlos como aliados. Ha sido un privilegio haber sido parte de un proceso de construir una iglesia con rostro guna, una iglesia arraigada en el evangelio, pero también en la cultura y experiencia histórica y espiritual del pueblo guna. Qué alegría cuando uno escucha a personas gunas mayores o jóvenes expresar el que, cuando mejores gunas somos, somos mejores cristianos, y cuanto mejores cristianos somos, mejores gunas somos.

     Desde mi experiencia misionera, puedo afirmar mi fe y convicción de que el Espíritu de Dios está presente en todos los pueblos. Y donde uno vaya, uno tiene que llegar descalzo y estar abierto a escuchar y descubrir lo que Dios ya está haciendo y trabajando en ese lugar para acogerlo y ayudar a que crezca y se fortalezca.