Por: Jessica M. Domínguez D.
Ciudad de Panamá, Panamá
02.05.20205

     En Centroamérica y Panamá, la situación laboral sigue siendo un desafío marcado por la desigualdad, el desempleo juvenil, la informalidad y la precariedad en las condiciones de trabajo. Aunque algunos países han mostrado signos de recuperación económica tras los efectos de la pandemia, la calidad del empleo y el acceso equitativo a oportunidades siguen siendo limitados para amplios sectores de la población.

Según la Encuesta de Mercado Laboral del Instituto Nacional de Estadística y Censo (INEC) de octubre de 2024, la tasa de desempleo en Panamá fue del 9.5%, lo que representa un aumento de 2.1 puntos porcentuales respecto a agosto de 2023. Para el Consejo Monetario Centroamericano, la tasa promedio de desempleo en la región fue de aproximadamente 6,5% en 2023, con variaciones significativas entre países como Guatemala con 2.7% y Honduras con 8.1%; cifras que reflejan las desigualdades estructurales del mercado laboral y la alta informalidad que afecta a millones de trabajadores.

     Desde la Doctrina Social de la Iglesia, el trabajo no es solo un medio de subsistencia, sino una expresión esencial de la dignidad humana. El Papa Juan Pablo II, en su encíclica Laborem Exercens, afirmó que “el trabajo es una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión social”. Esta visión subraya que cada persona tiene derecho no solo a trabajar, sino a hacerlo en condiciones dignas y justas, donde se respeten sus derechos fundamentales.

La Iglesia enseña que el trabajo debe permitir al ser humano desarrollarse plenamente, contribuir al bien común y sostener a su familia con dignidad. Sin embargo, en muchos países centroamericanos, millones de personas viven del trabajo informal, sin acceso a seguridad social ni estabilidad. Esta realidad contrasta profundamente con el ideal cristiano de justicia social.

     Frente a ello, es urgente promover políticas laborales que reconozcan el trabajo como vocación humana y que velen por la inclusión, la equidad y el desarrollo integral. El compromiso cristiano exige denunciar estructuras que perpetúan la pobreza y al mismo tiempo trabajar activamente por un orden económico más justo, inspirado en la solidaridad y la subsidiariedad.

El trabajo no debe ser una carga ni un privilegio de unos pocos, sino una oportunidad para que todos participen en la construcción de una sociedad más humana y fraterna, tal como lo propone el Evangelio.