Por: Iris Gordón
Ciudad de Panamá, Panamá
20.4.24

     Desde el momento que somos bautizados, el Espíritu Santo nos regala a cada uno dones y carismas para llevar a cabo la misión de ser testigos y testimonio vivientes del Evangelio. Cada uno de nosotros estamos llamados a vivir en sintonía y en coherencia con las enseñanzas de la fe cristiana que se fundamenta en aquello que el mismo Jesús nos enseñó: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.

Estamos llamados a ser un reflejo vivo del amor y la compasión de Cristo, practicando la caridad, la justicia y la solidaridad con los más necesitados. Esto va más allá de una ayuda económica y/o material, sino que también implica acompañar, dar consuelo y apoyo emocional y espiritual a aquellos que estén pasando por dificultades.

Ser misionero y llevar el mensaje de Jesús a donde vayamos incluye ser un agente de reconciliación y paz en un mundo marcado por los conflictos y divisiones. La misión nos conduce a promover el diálogo, la compresión mutua y el perdón, buscando ser siempre puente que facilita la comunicación entre las personas que nos rodean, empezando por nuestras familias y nuestras comunidades.

Nuestra misión como hijos de Dios, nunca se detiene y se caracteriza por un amor apasionado hacia Dios y a la humanidad. Debemos comprometernos a llevar la Palabra de Dios en cualquier ambiente y/o lugar donde nos desenvolvemos, utilizando todos los medios posibles para anunciar el mensaje de salvación y promover la dignidad humana.

Para mantener vivo el fuego misionero y para poder vivir a plenitud aquellos dones y carismas que nos fueron otorgados por la gracia del Espíritu Santo se requiere también de nuestro esfuerzo; llevando una vida de oración, participando de la Eucaristía, formándonos continuamente y viviendo una vida en comunidad. Todas estas acciones nos permitirán llevar una vida de testimonio, donde nuestro actuar irá de acuerdo con los valores del Evangelio, mostrando amor, compasión, humildad y servicio a los demás. Un misionero atrae a otros hacia la fe, siendo testigo creíble del mensaje de Jesucristo.

“Haz Señor que ardamos en caridad y encendamos un fuego de amor por donde pasemos; que deseemos eficazmente y procuremos por todos los medios contagiar a todos de tu amor” San Antonio María Claret.