Por: Edgardo Guzmán, cmf
Roma, Italia
21-10-2025
San Antonio María Claret aparece en la historia de la Iglesia como un misionero inflamado por el amor de Dios y enteramente entregado al anuncio del Evangelio. En él, la misión no fue una tarea entre muchas, sino el modo concreto de vivir su unión con Cristo y participar de su misma pasión por el Reino. El P. José María Viñas CMF, en su estudio sobre «La misión apostólica de San Antonio María Claret», subraya que toda la vida del santo se configura desde la experiencia de haber sido enviado: Claret vive, ora y sufre como un «hombre en misión», movido por el fuego del Espíritu que lo impulsa a «encender a todos en el amor de Dios».

Su vocación misionera brota de una profunda experiencia de Dios, que lo lleva a ver el mundo con compasión y esperanza. En un contexto de indiferencia religiosa y fracturas sociales, Claret se sabe llamado a “salir” para anunciar la Palabra allí donde esta ha sido olvidada. Esa salida no es sólo geográfica —de Cataluña a Cuba, de las parroquias rurales a las grandes ciudades— sino interior: es el paso constante de sí mismo hacia los demás, desde la contemplación a la acción apostólica. Así, su vida manifiesta la convicción de que la esperanza cristiana no se predica con discursos, sino con la entrega concreta al servicio del Evangelio.
El mensaje de Claret conserva una actualidad sorprendente. En un tiempo como el nuestro, marcado por desencantos y búsquedas, su testimonio invita a los creyentes a ser “testigos de la esperanza” (cf. Spes non confundit, 1), al modo de quienes viven animados por el Espíritu y comprometidos con los gozos y las heridas de la humanidad. Como recuerda el Papa Francisco en la Evangelii gaudium, «a veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno» (EG 265).

Claret, profeta ardiente y peregrino incansable, continúa inspirando hoy a quienes desean servir a la Iglesia con corazón misionero. Su vida nos enseña que la esperanza se vuelve creíble cuando se encarna en gestos de amor, en palabras que consuelan, en una presencia que acompaña. Por eso, su legado no se limita a una época o a una congregación: pertenece a todos los que, en medio de los pueblos, siguen encendiendo el mundo con la luz de Jesucristo.