Por: Doris Mejía
Seglar Claretiana
24.8.2014

     Era el mes de diciembre de 1994 y estábamos celebrando las posadas navideñas. Desde que formamos nuestro equipo parroquial para impartir retiros espirituales, establecimos la costumbre de llevar la posada de casa en casa, acompañando a los Señores con faroles, chinchines, tortugas y cohetillos. Esa noche tocaba en mi casa y entramos con el canto tradicional del “entren santos peregrinos, peregrinos…”

Casi siempre invitábamos a los seminaristas, y esa noche llegó Luis Alberto Sánchez Zúñiga, un estudiante de teología del Seminario Claretiano, con el padre Pablo Antón, que recién había llegado a Guatemala destinado a acompañar a los teólogos y filósofos de la Provincia de Centroamérica.

Después de los rezos y villancicos acostumbrados, se repartieron los tamales y el ponche caliente de frutas, que son tradicionales en nuestro país. Las mujeres estábamos atendiendo en la cocina, cuando vimos entrar al padre con el plato vacío en la mano; me adelanté a recibírselo. “No, -me dijo – vengo por otro tamal”. Nos cayó en gracia su confianza y humildad, y desde ese momento nos ganó el corazón.

Era de baja estatura, “apenas un centímetro más alto que Claret”, decía él mismo; muy simpático, diría el padre Chema. Se despidió después de compartir nuestra celebración, y días después mis compañeros de equipo me pidieron que fuera a proponerle ser nuestro asesor, en nuestras reuniones de formación.

Me escuchó muy atentamente, con los brazos cruzados como era característico en él, y de vez en cuando se tocaba la oreja, en actitud de escucha. Le dejé ir el discurso que llevaba preparado, y me respondió pausadamente, con su marcado acento español: “Déjame ir a ver lo que ustedes hacen en sus reuniones, y ya luego decidiré”.

El siguiente lunes se presentó puntualmente al salón donde nos reuníamos semanalmente, e iniciamos con la agenda acostumbrada. Al final compartimos las vivencias y experiencias de la semana. Todo el tiempo permaneció callado, sólo escuchando. Ya para terminar nos dijo escuetamente: “me quedo”. Y se quedó para mucho tiempo.

     Lo que no sabíamos era que ese misionero, pequeño de estatura, pero con un gran corazón y una vida arraigada en el Evangelio, transformaría nuestras vidas. Poco a poco, muy sutilmente nos involucró en la lectura pastoral de la Biblia, y empezó a inyectarnos el carisma claretiano. Cada lunes en nuestra reunión de formación leíamos algunos numerales de la Autobiografía de Claret, y él nos ampliaba detalles y lugares.

Nos comenzó a hablar del Movimiento de Seglares Claretianos, pues con el trato mutuo, vio en nosotros un perfil para formar una comunicad de Seglares evangelizadores al estilo de Claret.

Invitó a Seglares Claretianos de Colombia y de las Antillas, (entonces aún no había en Centroamérica), para que nos compartieran sus vivencias y experiencias, y nos animaran a dar el paso para ingresar al Movimiento. Así fue como comenzamos nuestro discernimiento.

El padre Antón nació en España, y a la edad de 13 años ingresó en el seminario menor en la provincia de Navarra, luego pasó a hacer sus estudios para la carrera presbiteral en Aranda del Duero en Castilla, y finalmente en Salamanca donde se ordenó. Vino a América en 1969, destinado a Panamá. Allí conoció las culturas afroamericanas y trabajó en varios proyectos, acompañando además a las Comunidades Eclesiales de Base en Colón. Luego de un largo período de tiempo y mucha labor misionera, fue trasladado a Guatemala a finales de 1994, donde tuvimos la gran bendición de tenerlo por más de 10 años.

En 1997 se retiró el Teologado y el Filosofado de Guatemala. Al quedar el Seminario sin estudiantes, inmediatamente el padre Antón se propuso ocupar las instalaciones en un proyecto auto sostenible, y para ello transformó el edificio en una casa de retiros espirituales, con capacidad de alojamiento para 80 personas.

A nuestro país vino destinado para acompañar a los estudiantes de Teología y Filosofía, sin embargo, era un misionero de acción, y pronto se involucró en las actividades de la parroquia.

     Teniendo como prioridad el servicio a los más pobres y necesitados, pronto se interesó en el problema de vivienda en la aldea Campanero. Se asesoró con una arquitecta y viendo que la mayoría de las familias eran propietarias de un terrenito, y que muchos trabajaban en la albañilería, dispuso construir algunas casas, para lo cual acordó con los vecinos que ellos aportaran la mano de obra y él conseguiría los materiales.

La arquitecta Caly de Estrada dirigió esta obra, en la cual nos involucramos muchos parroquianos aportando nuestro granito de arena, y hubo donaciones de empresas de la construcción que aportaron láminas, pintura, hierro, etc. Al terminar el proyecto se entregaron las viviendas y toda la comunidad se unió en un gran festejo. Este fue uno de los muchos proyectos que realizó en su estancia en Guatemala.

En el año 2001 fue nombrado párroco, Inició las clínicas de Pastoral Social, y le dio especial atención a la escuela de Formación Cristiana y a los talleres de Biblia. Se consagró el templo de Panorama Mártires de Barbastro, y el de Pinares Corazón de María. Tiempo después se inició la construcción de la capilla de Balcones.

Otra obra que emprendió y concluyó, fue la Escuelita de Valle Dorado. Preocupado siempre por los desvalidos, apoyó el sueño de una anciana catequista que atendía a varios niños de escasos recursos con clases de catecismo y alfabetización en el garaje de su casa. El padre entró en acción y logró que le donaran el terreno adjunto a la capilla Corazón de María de Valle Dorado.

Organizó un grupo de laicos comprometidos bajo el nombre de APECLAR, para administrar las obras EDUCATIVAS de la Parroquia, y con su apoyo y el de toda la comunidad, construyó una hermosa escuela de educación primaria, con amplios espacios para deportes y otras actividades. Y así realizó el sueño de doña Carlotía, la inspiradora de esta obra, y el de muchas familias que no tenían acceso a la educación de sus hijos. Asimismo, amplió y remodeló la escuelita para niños de escasos recursos de la Parroquia Claret, hoy administrada por Fe y Alegría, e hizo importantes reformas a la escuela de Formación Cristiana para Agentes de Pastoral. También inició la Pastoral Social para ayudar a las familias necesitadas de las periferias.

Él, al igual que San Antonio María Claret, tenía la aspiración de multiplicar evangelizadores, y por tal motivo patrocinó a varias personas de la parroquia para asistir a capacitaciones, seminarios y cursos dentro y fuera del país, a fin de prepararlos para impartir los conocimientos adquiridos, como docentes en la Escuela de Formación Cristiana, y para organizar talleres de Lectura Pastoral de la Biblia, dentro y fuera de la Parroquia.

Era un hombre visionario, y en una oportunidad, siendo nuestro asesor en la comunidad de Seglares Claretianos nos dijo: “deben prepararse y empezar a organizarse ustedes solos, porque ya no habrán sacerdotes que los asesoren”. Gracias a sus enseñanzas y consejos, hemos podido perseverar en nuestra comunidad hasta la fecha, guiados por las reglas de nuestro Ideario, como oyentes y servidores de la Palabra y fieles al carisma de nuestro padre fundador.

Para todos nosotros su recuerdo será imperecedero. Él casó a nuestros hijos, bautizó a nuestros nietos, nos acompañó en todas nuestras actividades familiares, como un miembro más de nuestra familia: amoroso, cercano, compasivo y siempre atento a nuestras necesidades.

Su partida deja mucha tristeza, pero también un íntimo gozo por haber sido parte de nuestra vida, y haber recibido sus sabias enseñanzas. Porque él nos enseñó a conocer, amar, servir y alabar a Dios y a su Santa Madre, con el carisma Claretiano, y nos imprimió el sello de pertenencia a la familia claretiana. Hasta pronto Padre Antón, siempre estará en nuestros corazones.