Por: Mauricio Borge cmf
20.11.2023
Cuando era niño, no entendía bien la distinción entre el año litúrgico y el civil. Con el tiempo descubrí que el año litúrgico es más bien un viaje anual de fe, que inicia con el adviento y termina con la Solemnidad de Cristo Rey. Es un año para profundizar en los grandes misterios de la vida de Jesús: su nacimiento y su muerte y resurrección. Y que, para ello, nos ofrece preparaciones específicas para vivir a plenitud estos acontecimientos: el Adviento y la Cuaresma. Además, gran parte del año se dedica a explorar la vida pública de Jesús, su mensaje y sus acciones salvíficas: Tiempo Ordinario.
Pero quiero que nos detengamos en este final del año litúrgico. Hemos celebrado la fiesta de Cristo Rey, que proclama la supremacía y realeza de Jesucristo sobre toda la creación, recordándonos el llamado a seguirlo en la vida cotidiana con un compromiso a favor de los más desfavorecidos.
El cierre del año litúrgico y el inicio del Adviento también nos ponen en perspectivas de tener una actitud de vigilancia y de preparación para la venida del Señor, pero, sobre todo, es un mensaje de esperanza. Aunque el mundo y nuestra realidad centroamericana presenten desafíos como la guerra, la violencia, la corrupción y la desigualdad, el llamado cristiano persiste: levantar la cabeza, elevar los ojos y las manos a Dios, implorando la llegada de Su Reino. Al mismo tiempo, nos invita a comprometernos en acciones solidarias para colaborar en la realización de ese Reino.