Por: Edgardo Guzmán Cmf
Roma, Italia
17-02-25
Desde el 2019 celebramos el 1 de febrero en toda la Congregación la memoria litúrgica de los Beatos Felipe de Jesús Munárriz Azcona, presbítero, y compañeros, religiosos y mártires. En esta memoria obligatoria conmemoramos conjuntamente a los 184 mártires claretianos que han sido beatificados hasta la fecha. Siguiendo el orden cronológico de sus beatificaciones, recordamos a los 51 mártires de Barbastro (25 de octubre de 1992), al P. Andrés Solá Molist (20 de noviembre de 2005), a los 23 mártires beatificados en Tarragona (13 de octubre de 2013) y a los 109 mártires beatificados en Barcelona (22 de octubre de 2017). Junto a ellos, celebramos también a la Beata María Patrocinio Giner, misionera claretiana y mártir, beatificada el 11 de marzo de 2001.
Una de las razones por la cuales se decidió celebrar la memoria de los Beatos Mártires el 1 de febrero fue la de hacerla coincidir con el atentado que sufrió Claret en Holguín (Cuba) el 1 de febrero de 1856. La espiritualidad misionera del Padre Claret estuvo marcada por el anhelo profundo de configurarse con Jesús que fue perseguido y asesinado por su fidelidad al proyecto del Reino de Dios. Como consecuencia del anuncio de la Buena Noticia a los pobres y oprimidos. Por eso, el derramamiento de la sangre en Holguín tuvo un gran significado para nuestro Fundador: “No puedo yo explicar el placer, el gozo y alegría que sentía mi alma, al ver que había logrado lo que tanto deseaba, que era derramar la sangre por amor de Jesús y de María y poder sellar con la sangre de mis venas las verdades evangélicas” (Aut 577).
Los mártires, como testigos creíbles del Evangelio, nos interpelan y animan. Una de las constantes de quien está llamado a prepararse para el martirio o a vivir la espiritualidad martirial es la de traducir en su propia vida la del único mártir: Jesucristo. A lo largo de dos milenios de historia, los ejemplos de esta constante son numerosos. En Claret también encontramos este deseo, dos años antes de su muerte, el 22 de junio de 1868, escribe: “Después, toda la noche estuve soñando y deseando el martirio. Con la luz vi que estaban tres bultos negros, como tres hombres, que eran tres demonios o los tres enemigos que intentan mi muerte. Yo deseo mucho sufrir el martirio” (Luces y gracias, 1868). Recordando los años vividos en la corte de Madrid, escribe desde Roma a su amigo D. Dionisio González el 26 de mayo de 1869: “He sufrido doce años de martirio” (EC, II, p. 1391). Claret, como hijo fiel del Inmaculado Corazón de María, no piensa en otra cosa sino en “cómo seguirá e imitará a Jesucristo en orar, trabajar y sufrir y en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas” (Aut 494).
Hacer memoria de los Mártires Claretianos en el contexto centroamericano nos evoca también a los mártires que han derramado su sangre en nuestras tierras. Y como expresó Monseñor San Óscar Romero: “la voz de la sangre es la más elocuente de las palabras” (Homilía 21 de junio de 1978). Por ello, la celebración de los mártires no debería quedarse en un mero recuerdo, sino que es un llamado a asumir una vida cristiana más auténtica, que no retrocede ante las difíciles situaciones que se viven en nuestros países, sino que se aferra a la fuerza transformadora del testimonio. En este sentido, las actuales situaciones de persecución que vive la Iglesia en algunos países de Centroamérica son, en definitiva, como decía Jürgen Moltmann: “un sufrimiento por Cristo. Son sufrimientos con Cristo, en los cuales el sufrimiento último del mundo es aceptado por los suyos y superado en la fuerza de su resurrección” (Problemi e prospettive di Spiritualità, 384).
Por otra parte, los mártires también nos impulsan a solidarizarnos con todas las víctimas inocentes de nuestro mundo, aquellos que sufren las consecuencias del misterio del mal encarnado en la injusticia, la ilegalidad, la violencia estructural. Como lo estamos viendo en estos días en nuestros hermanos y hermanas inmigrantes que están siendo deportados a nuestra región. Que la celebración de nuestros mártires nos conceda la gracia de asumir como comunidades discípulas y misioneras de Jesús la misión de “interpretar este lenguaje de dolor y angustia” para transformarlo “en un mensaje de consuelo y esperanza”.