Por Anaclara Padilla

Voluntaria laica en la Parroquia de Nuestra Señora del Pilar, Arizona, Atlántida, Honduras.

 

Hablar de la presencia de los Misioneros Claretianos en Honduras es hablar, en palabras del Obispo de San Pedro Sula, Monseñor Ángel Garachana, de “ardor misionero, urgencia evangelizadora, promoción, formación e incorporación del laicado y un estilo de vida sencillo, humilde, cercano y solidario”. Y son estas claves las que han marcado los 50 años compartidos con el pueblo hondureño.

Hacer historia es recordar; y recordar (del latín recordaris) es volver a pasar por el corazón. Recordar este medio siglo es traer a la memoria a cientos de personas, Misioneros Claretianos, religiosas y laicos, que, en misión compartida, han ayudado en esta tarea evangelizadora. En un texto de estas dimensiones sería imposible recordarles a todos. Pero sí el espíritu con el que trabajaron.

Esta tarea probablemente encontró una de sus inspiraciones en el documento de 1965 del Concilio Vaticano II Decreto ad Gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, con el que trasladaba su preocupación por la evangelización de los pueblos. Dos años después, en 1967, el por entonces Viceprovincial de los Misioneros Claretianos en Centroamérica, Jesús Jaurrieta cmf., llamó a Cándido Bajo cmf., Superior Provincial de Castilla, con una petición clara: Misioneros para Honduras. Y es que por aquel entonces, era la única nación de Centroamérica que no contaba con presencia claretiana. La respuesta de Cándido Bajo cmf. no se hizo esperar e inluso se comprometió a que la Provincia de Castilla asumiera todo el Departamento de El Paraíso, perteneciente a la archidiócesos de Tegucigalpa.

Cruz Ripa cmf. y Luciano Biaín cmf. fueron los dos españoles elegidos para esta primera experiencia hondureña. En marzo de 1967 llegaron a tomar posesión de la parroquia de Yuscarán. Sin embargo, la aventura duró poco. El enorme trabajo que requería la parroquia y diversas causas les obligaron a abandonarla sólo cinco meses después.

Pero Honduras tenía guardado un sitio privilegiado para los Misioneros Claretianos: la diócesis de San Pedro Sula, que entonces abarcaba los departamentos de Cortés, Atlántida, Islas de la Bahía, Colón y Gracias a Dios. El que fuera su Obispo en aquel momento, Monseñor Jaime Brufau, estaba buscando apoyos en una diócesis sin un clero nativo suficiente y con una amplitud desbordante.
Viendo los Misioneros Claretianos de la Provincia de Castilla esta necesidad, y el Obispo su disponibilidad, la colaboración fue rápida. Así, Cruz Ripa cmf. y Luciano Biaín cmf. no dudaron en trasladarse desde la capital Tegucigalpa hasta una pequeña ciudad del norte, Tela. Y allí, el 29 de octubre de 1967, fiesta de Cristo Rey, ambos tomaron posesión de la Parroquia San Antonio de Padua. Unos días después, llegarían desde España refuerzos para hacerse también con la Parroquia de San Isidro de La Ceiba. Así, ce cerraba el año con la presencia en Honduras de seis Misioneros Claretianos provenientes de la Provincia de Castilla. Pero la atención a la misión de Centroamérica fue en aumento. Tanto Cándido Bajo cmf. como su predecesor, Luis Gutiérrez cmf., siguieron incorporando al país nuevos misioneros procedentes hasta llegar a los 21 Claretianos en el país caribeño.

Desde entonces las actividades no se hicieron esperar; a las propiamente sacramentales se sumaron escuelas radiofónicas, cursos de confección, formación para Delegados de la Palabra y catequistas, cooperativas de ahorro. Y también llegaron nuevas posiciones en La Masica, San Juan Pueblo, Arizona, Islas de la Bahía…

En estos procesos tuvo mucho que ver el Huracán Fifí, que asoló el norte de Honduras en septiembre de 1974. Con este desastre, fueron muchos los que sintieron la necesidad de unirse y nació una mayor preocupación por la pastoral social y la promoción humana. Así, este huracán dejó una mayor conciencia, sobre todo a los Delegados de la Palabra, que su misión de animadores en la fe no puede quedar restringido a lo religioso sino que tiene que ir unido también a los aspectos humanos y sociales.

Los años fueron pasando entre luchas de distinta índole (incluyendo la masacre de El Astillero) y en 1995 llegó el momento de que la Provincia de Castilla entregara la misión a la de Centroamérica. Eso sí, entonces casi la totalidad de los Misioneros Claretianos españoles destinados a Honduras decidieron quedarse en el país. “El Departamento de Atlándira, que recibió Castilla en 1967 con dos parroquias, hoy es una diócesis. La Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe (San Pedro Sula) que recibieron en 1972, hoy ha crecido gasta formar cinco parroquias. Han promovido y formado a cenetares de laicos, delegados de la palabra, catequistas, animadores de comunidad…” Palabras de Monseñor Ángel Garachana, que era consagrado Obispo precisamente en 1995.

El trabajo que desde entonces han seguido haciendo desde la Provincia de Centroamérica no se queda atrás. Los sacramentos se unen a la formación ha sido uno de los pilares fundamentales junto con el estudio de la Palabra, la defensa de los Derechos Humanos, el trabajo con los jóvenes… En definitiva pastorales que hablan dicen mucho sobre cómo construir aquí en la Tierra el Reino De Dios. Además, con el paso del tiempo, algunas de las posiciones han sido entregadas, pero siempre con la convicción de que se ha hecho un gran trabajo para fortalecer a las comunidades.
En definitiva, han sido cincuenta años llenos de templos, centros pastorales, trabajo con comunidades, proyectos… Cinco décadas en las que se han creado comunidades vivas en un país, Honduras, en el que pese a no haber sido visitado nunca por San Antonio María Claret, se respira ambiente claretiano. Quizá mucho tuvo que ver la presencia en el país de Manuel Subirana, uno de los mejores colaboradores de Claret y con quien trabajó en Cuba. Ambos, uno en la distancia y otro en la presencia, supieron trasladar a la población hondureña la necesidad de compartir su vida para seguir dando “vida en abundancia”.