¿Cómo nos hemos figurado siempre a Dios?… No hay uno de nosotros que no haya pen-sado siempre en un Dios altísimo, etéreo, hecho de aire y de luz, subido allá en las alturas, por encima de las nubes y traspasando las estrellas, lejano, lejano…
Así nos hemos figurado siempre nosotros a Dios.
Pero viene el Evangelio de hoy, y nos dice que eso no es verdad.
Nos dice que Dios es un Dios cercano.
Tan cercano, que se llama y es Dios-con-nosotros.
Escuchemos este Evangelio tan cargado de ternura.
María ha regresado de su visita a Isabel. José, su prometido, la espera con ansia. Pero, al llegar, se lleva el pobre un susto fenomenal.
-¿Qué ocurre aquí? ¡María encinta!…
Y María, callada como una muerta.
Esta criatura se muestra con una prudencia y una madurez increíbles a sus años.
Es decir poco que posee una virtud heroica.
¿Qué pueden pensar de ella, cuando aparecen ya las señales del misterio que lleva dentro, pero que nadie es capaz de sospechar?
María tiene en Dios con una confianza inimaginable, pues se está diciendo:
– ¿Dios lo ha hecho?… Dios verá cómo me saca de esta situación.
José es digno de María, y se va repitiendo también:
– ¿Dudar de María? ¡Ni hablar! Es incapaz de hacer un mal y de traicionarme. Pero el hecho, ahí está. ¿Qué hago?… Ni hablar eso de denunciarla como infiel… Seguir con ella, ¿pero cómo?… Vale más que le dé el acta de divorcio secretamente, y todo se arregla. Pen-sarán que lo que viene es mío, pero que hemos tenido desavenencias, y que, por lo mismo, no me quedo con ella.
No llegamos a valorar el sufrimiento moral de María, igual que el de José, tan formidable el uno como la otra. Pero, ¡claro!, Dios está al tanto y sale siempre por la inocencia y por el amor.
José duerme, y, a mitad de la noche, le viene un sueño más que celestial. Se despierta y… -Sí; ¡es un Ángel del Señor quien me habla!
No lo duda un instante, y escucha:
– José, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, porque lo que lleva en su seno es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú, en funciones de padre, como ver-dadero padre virginal, le pondrás por nombre JESUS, Salvador, porque él librará al pueblo de sus pecados.
¡Qué hondo respira José! ¡Y cómo no acaba de ver pasar las horas de la noche, para encontrarse con María! Y cuando se ven, ¡qué mirada la suya a esta jovencita esposa que el Cielo le ha regalado! ¡Qué corriente de ternura la que se establece entre los dos jóvenes esposos!…
– ¡María! se le queja dulcemente, ¿por qué no me lo decías?… La boda, cuando quieras. Y cuanto antes, mejor para ti y para todos. Vamos a esperar el regalo que Dios manda por ti a nuestro pueblo. ¡El Mesías! ¡El Cristo! ¡El Salvador!… Así me lo ha dicho el Ángel.
– Sí responde María, también me lo dijo a mí cuando ocurrió todo. Yo confié en Dios, que no me podía fallar… Si Él lo hizo, a Él le tocaba salir por mí.
Mateo, al narrarnos cómo ocurrió todo, se encarga de recordarnos:
– Y aconteció de esta manera para que se cumpliese la profecía de Isaías, de que el Cristo se iba a llamar y ser Emmanuel, el Dios-con-nosotros.
Una página como ésta no nos la podemos inventar los hombres. Y es mucho más lo que Mateo deja adivinar que lo que dice.
Nosotros, por otra parte, lo leemos con una ternura única, por lo entrañablemente que amamos a María. ¡Qué mujer tan colosal! ¡Y cómo puede Ella comprendernos a nosotros en nuestros apuros, en las incomprensiones que sufrimos a veces!…
Podríamos decir mucho sobre este hecho enternecedor. Pero tres pensamientos lo resumen todo.
Primero. ¡Es el Hijo de Dios quien nos viene en Navidad! ¡El Hijo de Dios, no un hombre cualquiera! Y, si es hombre —porque es concebido en el seno de una mujer y nace de mujer, como nos dice San Pablo—, no por eso deja de ser Dios, y Jesús es esto: Dios ver-dadero y Hombre verdadero. ¡El Dios Hombre!…, ¡El Hombre Dios!
Segundo. Y la mayor prueba de que es Dios nos la da el hecho de su concepción virginal. Aquí no ha intervenido hombre alguno. Es regalo de Dios, y únicamente de Dios. A Jesucristo no lo ha merecido el mundo, sino que Dios se lo da como puro regalo suyo.
Tercero. Y es un Dios que quiere ser como nosotros. Y para eso, Dios quiere estar con nosotros, compartiendo toda nuestra vida, sin ninguna excepción de nuestras debilidades, de nuestras limitaciones, de nuestras necesidades. Sólo el pecado no tendrá que ver nada con Él, porque viene expresamente para librarnos de todo pecado y comunicarnos su propia vida eterna.
¡Jesús! ¡Salvador!
El Dios de las alturas está bien para la imaginación de los artistas.
O para el que tiene miedo a Dios.
Para nosotros, no. Para nosotros, el verdadero Dios es el Dios que se nos acerca.
El Dios que es Padre, y hasta juega amorosamente con sus hijos.
Ese Dios eres Tú, Jesús, que te has hecho Dios-con-nosotros…
P. Pedro García, CMF.