¡Navidad!…
El Evangelio de este día nos lo sabemos de memoria desde que somos niños.
La noche que se echa encima…
El bueno de José que busca alojamiento para María, y no lo encuentra…
Una cueva natural en una roca que da a Belén…
Una jovencita y feliz mamá que se encuentra sobre sus rodillas y entre sus brazos al chiquitín que acaba de nacer virginalmente…
Por los cielos, todo un ejército de ángeles que van cantando: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados de Dios!”…
Y unos pastores que vienen a adorar a ese chiquillo que yace entre las pajas de un pesebre…

Todo esto lo tenemos tan grabado nosotros en la mente como tan escrito en las páginas de Lucas. ¿Para qué volver a contar ahora lo que todos conocemos tan bien?…
Una coplilla graciosa corría de boca en boca: – Por los cielos de Belén – suenan cantos de alegría, – que ha nacido en un portal – Manolito el de María.

Manolito, Emmanuel, el Dios-con-nosotros, ¿es hijo sólo de María? No; no es sólo de Ella, es de cada uno de nosotros, porque, como nos dice el profeta Isaías, hoy “se nos ha dado un niño, nos ha nacido un hijo”.
Por medio de María, todos hemos recibido como algo nuestro, y propio de cada uno, este Hijo de Dios que se hace hombre y niño encantador para estar con nosotros y salvarnos.
Ante la cunita de este Niño que es nuestro, todos perdemos hoy la cabeza. La alegría de hoy no es privativa del querido San Francisco de Asís, del que se cantaba con simpatía: – Dice el Padre San Francisco – que el día de Navidad, – el que no ha perdido el seso – no tiene el seso cabal.
La antigüedad pagana y politeísta inventó muchos dioses, y todos eran potentes, grandes, ricos; y hasta los malos eran grandes en su maldad, pero siempre grandes… Nuestro Dios, por el contrario, es un Niñito lleno de encantos y de ternura, que, además, nos viene en medio de una pobreza, una austeridad y una humildad desconcertantes.

Un hereje del siglo segundo de la Iglesia se rebelaba contra este hecho, y decía furioso:
-Quítenme de delante esos pañales vergonzosos y ese pesebre, indignos del Dios a quien adoro.
¡Pobre Marción!, que así se llamaba el hereje. Un hombre lleno de soberbia, en cuya cabeza no podía entrar la humildad de un Dios que se hace tan pequeño… Y es que, para entender el misterio de Belén, todos nos tenemos que hacer pequeños.
Si somos como los pastores, magnífico.
Si somos como los Magos, magnífico también, con tal que nos abajemos.
Pero si nos empeñamos en permanecer grandes, equivocamos la puerta. No hay manera de entrar en el misterio del Dios hecho niño…
Los detalles del relato de Lucas son la clave para adivinar las intenciones de Dios al nacer Jesús.

Comienza el Evangelio por situarnos en la Historia, y nos dice: “En los días de César Augusto, cuando el censo”. Nada de un Jesús misterioso, de un mito, de un ser irreal. Jesús es el Emmanuel, el “Dios-con-nosotros”, que participa en todo nuestra suerte de hombres, para que nosotros participemos con Él la suerte de Dios, de su vida y de su gloria. La Navidad es la manifestación más grande de la ternura de Dios.

Después añade: “No había lugar para ellos ni en el mesón público”. Como hoy. Jesús se encuentra con muchos corazones en los que no puede nacer. Llenos de egoísmo, de odios y rencores, de avaricia y de placer, ¿Cómo va a poder meterse allí el pobrecito de Belén, todo Él pobreza, amor y sacrificio? Sin austeridad en la vida es muy difícil disfrutar de un Dios que tiene cabida sólo en corazones desprendidos…

Nos señala después la hora misteriosa en que nace Jesús: “A mitad de la noche”. Es todo un símbolo. Pero la noche que envuelve a nuestra sociedad se convierte en un mar de luz, cuando se deja iluminar por el que viene a ser la Luz del mundo. El conocimiento de Jesucristo, que nosotros adquirimos al leer, estudiar y asimilar su Evangelio, convierte la noche de nuestra vida en un día esplendoroso y sin ocaso.

¿Y qué hace el Cielo? Los ángeles cantan: “¡Paz, paz, paz!”… Se acabó la guerra entre Dios y el hombre, por pecador que el hombre sea. Se puede y se debe acabar la guerra estúpida que entablamos los hombres entre nosotros, cuando se nos ha puesto en medio de todos el que viene como Príncipe de la paz.

Finalmente, los pastores, que oyen decir: “¡No teman! Lo vais a encontrar entre pañales y recostadito en un pesebre”. Los pobres son los preferidos de Dios. Los pobres, los primeros que llegan. Los pobres, los que mejor conocen el camino para llegar a Jesús. Los pobres, los que mejor se parecen al Dios que nos ha nacido. Los pobres, los que más derecho tienen a celebrar hoy la fiesta de Navidad, cuando fue Dios mismo quien les hizo celebrar en nombre nuestro aquella primera Navidad de hace dos mil años…

¡Navidad!…
¡Jesús, cuántas cosas nos dice tu Navidad, y tus pobres la saben contar mejor que nadie!…
¡Jesús! ¿Tienes en cada corazón una cunita más blanda y caliente que el duro pesebre de aquella noche?…
Nosotros conocemos tus gustos de Niño chiquito, y a un niño no se le niega nada. ¿Te vamos a negar una sonrisa, un cariñito, un beso, una ayuda que a lo mejor nos pides?…

P. Pedro García, CMF.