Por: Rosario Gutiérrez
Managua, Nicaragua
23.3.2024

     Ser catequista, significa encontrarme con Dios a través de los catequizandos, sus familias y mis hermanas catequistas. Me han revelado a un Dios alegre, creativo, servicial, amigable y amoroso.

Acoger la vocación de catequista surgió a muy temprana edad y por mediación de mi mamá. Al ser la más joven del equipo, no supe encontrar incentivos espirituales ni comunitarios para continuar por lo que, en dos ocasiones me retiré. Pero, en una tercera oportunidad, Dios hizo todo lo posible, como sucedió con Jonás, para que asumiera una misión más grande como la de coordinar la catequesis.

Me vi como el Profeta Jeremías “¡Ay Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho” (Jr. 1, 6), porque me faltaba mucha formación. Pero, Dios que no se deja ganar, puso en mi camino a varios “Ananías” y, que hoy, resulta ser una oportunidad para mencionarlos en señal de agradecimiento: P. Bernardino Ruiz, P. Javier Hernández, P. Rodolfo Morales, P. Alejandro Rojas.

La catequesis me ha permitido crecer personal y espiritualmente y ha sido la plataforma para percibir las necesidades espirituales de mi comunidad. Por lo que he podido proyectar mi vocación laical a otros escenarios como el juvenil, el vocacional y el de animación bíblica. Así como acompañar a catequistas de Parroquias Claretianas en el norte de mi país.

En tiempo de Pandemia, la formación bíblica tomó más fuerza y, desde entonces, con un equipo hemos realizado encuentros y talleres para niños, jóvenes y adultos para que la Palabra sea conocida, amada y servida.

Lo virtual ha sido una herramienta más para evangelizar a través de programas de entrevistas y de formación bíblica, doctrinal y espiritual que, actualmente estoy coordinando. En esta línea quiero resaltar el acompañamiento que hemos tenido con hermanos y hermanas de otros países.