Por más que discurramos para encontrar un hombre como José, más privilegiado y de más confianza de Dios, no vamos a dar con él, aunque recorramos todas las páginas del Evangelio y de la Biblia entera.
Hoy, al celebrar su fiesta, el bueno de San José nos hace pensar inmediatamente en María y en Jesús. Es imposible disociarlo de ellos. Su vida está de tal manera unida a la del Salvador y la de su Madre, que sin ellos José no tiene razón de ser. Dios le confió los primeros tesoros de la salvación, y fue José el primer beneficiado con la mayor gracia del Cielo.
Si la santidad no es otra cosa que la unión con Dios…, si el mayor crecimiento de la santidad lo da el amor a Dios…, si el trabajo por Dios es la manifestación más grande y el mayor desarrollo de la santidad de Dios que llevamos dentro…, habremos de decir que nadie ha podido superar a José.
Porque José, desposado con María y hasta que murió en los brazos de Jesús, el Dios hecho hombre, estuvo ligado de tal modo a Jesús que no pudo separarse de Él un instante.
Porque José, padre virginal de Jesús, el Dios hecho hombre, amó a ese su hijo como no lo ha amado nadie en el mundo.
Porque José, jefe de la familia humana de Jesús, el Dios hecho hombre, trabajó por Dios y en compañía de Dios como no lo ha podido hacer nadie jamás.
La gracia que Dios daba a José estuvo siempre en proporción de la altura de su misión, y misión tan grande como la que Dios confió a José no la ha confiado jamás a ningún otro mortal.
Cualquiera diría que, al hablar así, nos dejamos llevar de un entusiasmo fácil y que la vida de José discurrió toda ella por un camino sembrado de rosas. Ciertamente, que no hemos de quitar la poesía entrañable que encierra la vida de José en Nazaret. Pero el Evangelio nos dice cómo los primeros contactos de José con Jesús estuvieron desde el principio marcados con la angustia y la preocupación. Para entenderlo, hay que saber leer entre líneas el Evangelio de Mateo.
María ha regresado de su visita a Isabel, su anciana prima, y viene a Nazaret con los síntomas indiscutibles de la maternidad. José queda perplejo. María es incapaz de una infidelidad, pero el hecho está ahí bien claro…
¿Qué hacer? José no duda de María. Se le parte el corazón al tener que tomar una resolución definitiva. ¿Denunciarla? ¡Eso, no!… ¿Quedarse con ella? Tampoco… Prefiere darle un acta de separación y retirarse de escena…
Hombre tan recto no podía verse abandonado de Dios. Y Dios interviene decisivamente, cuando se le aparece y le encarga:
– José, descendiente de David, no temas quedarte con María tu esposa. Porque lo que lleva dentro es obra del Espíritu Santo. Te dará un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, el Salvador, porque él será quien salve de los pecados a su pueblo.
Resueltas todas las dudas, José asume la responsabilidad que Dios le echa encima. Cuidará de María, su esposa adorada, y la guardará intacta para el Señor.
En Belén, en Egipto, en el regreso a Nazaret…, se multiplicarán sus inquietudes, pero será siempre el fiel custodio de Jesús.
Enseñará un oficio a su hijo querido, lo formará hombre, y se preocupará por todo lo necesario para su total desarrollo..
Jesús le corresponderá con cariño inmenso, lo llamará ¡papá! a boca llena, y será el mismo Jesús quien recoja el último suspiro de José y ponga su alma en las manos de Dios su Padre.
Al examinar la vida de José a la luz del Evangelio, notamos a la primera que este Evangelio no nos conserva ni una palabra de José. Porque José hace, no habla. José recorre el camino de la fe cumpliendo a cabalidad todos los oficios de padre con el Dios encarnado. Circuncida a Jesús. Le impone el nombre. Lo ofrece y rescata en el Templo. Lo salva y cuida en la huida a Egipto. En Nazaret mantiene, educa y enseña a trabajar al Hijo de Dios hecho hombre, de modo que éste se desarrolle y crezca en sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres.
El contacto con la Divinidad de Jesús, escondida en su cuerpo de muchacho, influye de modo extraordinario como no lo ha experimentado ningún otro santo en la vida de José, que mientras trabaja está unido siempre a Dios, y su unión con Dios le lleva a trabajar siempre más por el mismo Dios.
José es el modelo más acabado que tenemos de trato íntimo con Jesús, de trabajo asiduo por Jesús, de oración íntima en una vida escondida con Cristo en Dios…
La vida de José es una lección soberana de Dios sobre la grandeza de la humildad y un golpe severo al imperdonable orgullo humano.
El Santo más grande que ha existido, el de más confianza de Dios, el más unido con Jesús, es también el de la vida más humilde y escondida de que nos habla el Evangelio.
Por otra parte, nos enseña Dios con la figura de José el valor de la vida familiar.
Cuando los hogares ven cómo se resquebraja su constitución que si por el machismo del hombre, que si por los descuidos de la mujer liberada, que si por la conducta de los hijos rebeldes, es estimulante contemplar la actitud del hombre más cabal al lado de la mujer más bella y del hijo más estupendo.
¡José, bendito José!
La Iglesia entera te considera y te tiene como el más grande de los Santos. Tú no te doctoraste en ninguna escuela de los rabinos de Jerusalén, pero nadie te ha ganado en dar las lecciones que tú nos enseñas de unión con Cristo, de amor a Cristo, de trabajo por Cristo…
P. Pedro García, CMF.