Domingo 28 de febrero de 2015
3º Domingo Cuaresma
Lucas 13,1-9: “Si no se arrepienten ustedes, acabarán como ellos”.
Hermanos y hermanas, un saludo afectuoso para todos ustedes, deseándoles que en este camino cuaresmal vayan descubriendo, como familia, la voluntad de Dios en sus vidas.
En el evangelio de hoy Jesús nos invita a escuchar la voz de Dios en los acontecimientos de la historia. De hecho sus interlocutores también lo hacían, y por eso van a contarle un hecho fatal: el asesinato de unos galileos por orden de Pilato. Jesús, por su parte, hace referencia a otra tragedia, la de dieciocho personas que mueren aplastadas por la torre de Siloé. La opinión popular establecía una estrecha relación entre culpabilidad y castigo, de allí que ellos piensen que en estas muertes Dios ha castigado sus pecados.
Esta forma de leer los acontecimientos entraba en discordancia con lo que Dios realmente quería comunicar. Es verdad que Dios habla, pero hay que aprender a escucharlo. Dios no nos dice que las personas de esos acontecimientos fatídicos morían de esa forma como castigo por sus pecados. De hecho, todos eran (y somos) pecadores. Lo que Dios nos dice es que por ser todos pecadores debemos convertirnos y dar los frutos de una verdadera conversión.
La vid y la higuera mencionadas en la parábola representan en la Biblia, frecuentemente, al pueblo de Israel. El problema central son los frutos, o para ser precisos, los frutos malos, la falta de ellos… ¿De qué sirve una higuera que no da frutos? Dios preparó el terreno, hizo todo lo necesario, se tomó un tiempo prudencial, pero no obtuvo cosecha. El pueblo que Dios se ha preparado con tanto cariño, ¿cómo responde al cariño de Dios?, el tiempo se acaba y la higuera puede ser cortada. Sólo la intercesión del viñador puede postergar esto un breve tiempo más.
Como cristianos estamos llamados a fundar familias que den buenos frutos a su tiempo. Para ello se requiere que inculquemos y practiquemos con intensidad los valores del Evangelio. Debemos arraigarnos en tierra buena y fértil, anegarnos con el agua viva de las enseñanzas de Jesús, podar aquellas ramas secas del odio y el egoísmo y, consecuentemente, dar los frutos de un amor sincero en las relaciones familiares y sociales. La gracia divina nos acompaña, aún el Dueño de la viña tiene paciencia con nosotros; escuchemos la voz de Dios y convirtámonos de corazón. Este es el tiempo oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.