Domingo 9 de octubre 2016

28º Domingo Ordinario

San Lucas 17,11-19: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”.

Queridas familias: que la paz de Dios inunde sus hogares y les permita celebrar en unión el don de la fe. Que nuestra oración dominical sea un sincero agradecimiento a Jesucristo, Señor de la Vida.

En el Evangelio que se proclama este día, San Lucas nos presenta una escena desgarradora en la que a Jesús le salen al encuentro diez leprosos suplicándole compasión, gritando desde lejos. La lepra en aquella época significaba la muerte social y religiosa del individuo que la padecía, ya que inmediatamente diagnosticada se le obligaba a salir del pueblo, a vivir en lugares deshabitados, llevando una campanilla para alertar de su presencia “contagiosa” que provocaba la impureza de quienes se les acercara. La lepra era interpretada como un castigo divino que envolvía a las familias de los leprosos en las tinieblas del desamparo y la marginación. Ser leproso equivalía a ser víctima de una enfermedad sin cura y de la marginación.

A la súplica desesperada de estos pobres hombres el Maestro ofrece acogida y salud. Jesús supera las barreras que la sociedad imponía con las leyes de pureza. Él es capaz de acercarse, descubre la fe que les mueve a rogar por su sanación y les da una palabra de libertad que les reincorpora a la comunidad; por eso les dice que se presenten a los sacerdotes para que los declare oficialmente limpios de la enfermedad. Estos son los sorprendentes gestos de compasión del Señor que estamos llamados a reproducir en nuestra sociedad, dominada por la dinámica de la exclusión.

Sólo uno de los leprosos, que era samaritano, fue capaz de regresar a darle gracias a Jesús. Cuántas veces Dios nos bendice con los “milagros cotidianos” de la vida, la familia, el alimento, el techo, el trabajo… y no somos capaces de elevar una acción de gracias. Realmente es incomprensible la tendencia de aquellas personas que se excusan de no ir a la Eucaristía dominical para rendirle gracias a Dios por tantos beneficios recibidos. Con esta actitud estamos cerrando la puerta a los grandes milagros que esperamos con ansias en nuestra vida. La fe debe ser agradecida, humilde y generosa. La fe, a su vez, debe movernos a ser solidarios con el dolor de tantas personas que esperan la acción de Dios en su existencia: pobres, enfermos, encarcelados, migrantes y excluidos que son la presencia de Cristo que nos llama. No seamos sordos a su voz. Este es el tiempo oportuno.

 

Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.