No nos cuesta nada escenificar el Evangelio de hoy, que responde a esa pregunta que tantas veces nos hacemos: -¿Por qué los malos con suerte, y los buenos tan castigados?…

Aquel día se le presentaron a Jesús unos fariseos para hablarle de Pilato, el gobernador romano:
– Maestro, ¿te acuerdas de aquellos tus paisanos galileos, que estaban en el templo? Por una simple revuelta, ese incircunciso romano mezcló la sangre de aquellos pobres con la del sacrificio que ofrecían.
– Sí, lo recuerdo tan bien como ustedes. Quieren decirme con ello que eran unos pecadores, y que por eso los castigó Dios, ¿no es así?
– Cierto.
– Pues, miren; yo les aseguro que aquellos asesinados no eran más pecadores que los demás galileos. Y les aseguro también, que si ustedes no se convierten se van a perder de la misma manera.
– Pero, Maestro…
– Y recuerden otro caso, que ustedes mismos pudieron presenciar. ¿Se acuerdan de la torre de Siloé? Todos pensaron que aquellos dieciocho que murieron aplastados cuando se derrumbó, eran los mayores pecadores de Jerusalén. Pues yo os digo que no. Y si ustedes no se convierten, se van a perder de la misma manera que ellos.
– ¿Tan malos somos, Señor?

Jesús descubre ahora a sus interlocutores una realidad muy dura: que todos somos pecadores y no hay uno que no tenga necesidad de arrepentirse si se quiere salvar. Dios nos espera. ¿Agotaremos su paciencia?…
Y les recordó la historia de aquel buen hombre campesino que entre las cepas de las uvas plantó también una higuera.
Al llegar el tiempo, se acerca a buscar la rica fruta, y no encuentra ni un higo entre las hojas tan lozanas. Molesto, pero con cierta resignación, se dice:
– ¡Bueno, esperaré el año que viene!
Y el año siguiente, igual. ¡Ni un higo entre tantas apariencias! Así y todo, esperó otro año, en el cual ya se le agotó la paciencia, y llamó al empleado:
– Haz el favor de cortar esa higuera. Son ya tres años que llevo esperando, y, ya ves, ni un solo higo. ¿Para qué ha de ocupar el terreno en balde? …
Al hortelano le duele aplicar el machete al tronco, y suplica al dueño:
– Ten un poco de paciencia, señor. Yo la abonaré, la regaré, la cuidaré bien. Y si el año que viene aún no da fruto, entonces la arrancas.

¿Que es muy dura esta página del Evangelio? No lo creamos.
Nos presenta a un Jesús preocupado de verdad por nuestra salvación.
Y esta página, que parece hecha para darnos miedo, está escrita para demostrarnos lo mucho que Dios nos ama, lo que espera de nosotros, y la paciencia inmensa que tiene hasta que consigue tenernos en su gloria.

Al examinar este Evangelio y aplicarlo a nuestros días, se nos acumulan en la mente muchas consideraciones.
La primera, que todos somos pecadores y que necesitamos volvernos a Dios, sin que nadie pueda gloriarse de ser un angelito del cielo…
Después, Jesús viene a corregir nuestros criterios. Solemos pensar muy mal cuando acontece algún hecho desagradable.
Si sucede una desgracia natural —lo mismo un terremoto que un ciclón—, o un crimen culpable de los hombres, no significa que las víctimas hayan recibido un castigo de Dios. ¡No, por favor! Son, a lo mejor, las personas más inocentes, y Dios se las ha llevado por considerarlas bien maduras para el Cielo.
Todos esos hechos son un aviso amoroso de Dios para los que quedamos, a los cuales no sigue diciendo con sus palabras de siempre en la Biblia:
– Estén preparados… Dios quiere la salvación de todos, y por eso tiene paciencia…

Si discurrimos sobre lo que hoy vemos en el mundo a nuestro alrededor, nos vienen pronto a la mente los sucesos y las palabras de Fátima. Para muchos, se acercaban grandes castigos. Desvelado por el mismo Papa el tan traído y tan llevado Tercer Secreto, se reducía todo a que Dios nos pide la conversión.
Que Dios no quiere el castigo de catástrofes inimaginables.
Que Dios pide únicamente oración, sacrificio y vida cristiana para que los hombres no jueguen con su salvación, sino que la consigan de manera segura, para lo cual nos pone el mismo Dios bajo el amor del Corazón de su Madre…

Un sacerdote santo y sabio, gran director de almas, juzgaba bajo su punto de vista la Guerra Mundial. Y decía: Si tanta y tanta desgracia ha traído la salvación eterna de una sola alma, en el Cielo, acabado el mundo y metidos en la eternidad, no cesaremos de dar gracias a Dios por guerra tan espantosa…

Dios será siempre el mismo: un Padre que nos ama y no quiere que ninguno se pierda. Es cierto lo que nos dice San Pablo: que “de Dios no se va a reír nadie”. Pero el hacha no la aplica sino cuando ya no hay más remedio. Dios se empeña en hacer triunfar su Corazón, y lo consigue, lo consigue…