Celebramos hoy en la Iglesia la fiesta de la Santísima Trinidad, el misterio más insondable de Dios; y al decir insondable queremos expresar nuestra incapacidad de poderlo entender.
Sólo porque Dios nos ha revelado su vida íntima sabemos que así es, por más que nunca sabremos cómo es así.
Dios nos ha dicho de Sí mismo que no es un ser solitario, sentado en un trono altísimo, inaccesible, inalcanzable. Sino que es un Dios comunidad, porque no es sólo una persona, sino que son Tres Personas distintas en un solo Dios: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: el Padre se da al Hijo, el Hijo se da al Padre, y el amor con que Padre e Hijo se dan es el Espíritu Santo.
El Padre es Dios.
El Hijo es Dios.
El Espíritu Santo es Dios.
Pero no son tres dioses distintos, sino que es un solo Dios verdadero.
Este es el misterio y la verdad de la Santísima Trinidad.

Todos sabemos lo serio que era el Doctor de la Iglesia San Juan de la Cruz. Cuando podía escoger libremente la fórmula de la Misa, siempre celebraba la de la Santísima Trinidad. Hasta que una vez le preguntaron:
– Pero, ¿Cómo es que celebra tantas veces la Misa de la Santísima Trinidad?
A lo que el Doctor místico respondió con gracejo y buen humor:
– Porque la tengo por la mayor Santa del Cielo.

El pueblo judío, que tenía la revelación de Dios, no sospechó nunca este misterio. Fue necesario que viniera a nosotros el Hijo de Dios hecho Hombre, nuestro Señor Jesucristo, y nos manifestara esta verdad inimaginable para el hombre.
María, la primera destinataria de la revelación, fue también la primera en poder vislumbrar esta realidad de Dios, cuando le dijo el Ángel:
– Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el que nacerá de ti será llamado el Hijo del Altísimo.
El Padre era el Altísimo; el Hijo era el que María concebía en su seno; y el Espíritu Santo realizaba la maravilla de la Encarnación del Hijo de Dios en un seno virginal.

Jesús hablaba siempre de su Padre y prometía para después el Espíritu Santo.
El mismo Jesús mandará bautizarnos “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, de manera que para los apóstoles ya no quedaba duda: Las Tres Personas Divinas son el único Dios.

La Iglesia abre siempre la Misa saludándonos con las palabras que toma de la lectura de San Pablo:
– La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con ustedes.
La Iglesia, desde el principio, signará la frente de sus hijos, y todos aprenderemos a santiguarnos, “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Y la oración más elevada de la Iglesia es una simple alabanza, que no se nos cae de los labios:
– ¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!

Me viene en este momento a la memoria una anécdota llena de ternura. Un Doctor que atendía a niños asilados, y veía la devoción de los pequeños, dirigidos por religiosas muy ejemplares, le dice a una niña algo apagadita:
– Y tú, ¿adónde piensas ir después?
– Yo, cuando me muera, quiero ir al Cielo.
– ¿Cómo? ¿Tú piensas ir al Cielo, si no sabes nada? ¿Y qué vas a hacer allá?
Puede que la niña, algo retardadita, no supiera muchas cosas. Pero Dios le comunicaba su secreto más íntimo, y, ante la pregunta del Doctor, la pequeña se arrodilla, junta sus manecitas ante el pecho, cierra sus ojitos, y dice:
– ¡Gloria al Padre, gloria a Hijo, gloria al Espíritu Santo!
Aquel angelito inocente sabía muchas cosas que los mayores entendidos no sospechan…

Porque todo cristiano sabe que esa felicidad que Dios tiene dentro de Sí con verse, amarse y darse, esa misma será la felicidad nuestra y el fin último por el que suspiramos y al cual tendemos de modo irresistible.

Allá en la Gloria, absorbidos por Dios como con una aspiradora, y metidos en su vida íntima, se nos darán en gloria el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Nos daremos nosotros a las tres Divinas Personas. Y entre Dios y nosotros, y entre todos nosotros en Dios, se establecerá una comunidad de vida y de amor que será nuestra felicidad inmensa, inacabable, infinita, eterna…

Ahora, la vida cristiana no es más que un tener dentro de nosotros a las Tres Personas de Dios, un estar en comunicación siempre con ellas, y un amar y darnos a los demás en Dios, como se nos dio el mismo Dios a nosotros por amor en su Hijo, tal como nos dice el Evangelio de este día: “¡De tal manera amó Dios al mundo que le dio su Hijo Unigénito, para que el mundo no se pierda, sino que se salve por él!”.

¡Trinidad Santísima, Tres Personas en un solo Dios!
¡Dios Uno y Trino, misterio de amor!
¡Yo te adoro!
¡Yo te amo!
¡Yo espero gozar de ti por siempre!…

P. Pedro García, CMF.