Hoy, fiesta de la Sagrada Familia, con un Evangelio algo desconcertante. ¿No podría presentarnos un cuadro idílico de vida del hogar? ¿Y por qué ha de traer a nuestra consideración un hecho familiar tan duro como el destierro, la angustia de un extranjero que busca trabajo, la incertidumbre por los seres más queridos?… Pues, así es. Más que un misterio de gozo, lo que hoy leemos es un misterio de dolor.
Porque vemos cómo el Dios hecho Hombre se insertó en la vida de familia con todas las aventuras e inquietudes de los hogares más probados. Aunque nos dice también cómo, en medio de tantas peripecias, dentro de la familia de Jesús reinaba la felicidad más grande.
Los Magos se han marchado de la casita de Belén. El astuto Herodes está al acecho, y, antes de que se consuma la tragedia de los Niños Inocentes, José ha de emprender la huida hacia Egipto, en penosas jornadas a través de la estepa o del desierto. Y llegados a Alejandría o a cualquier otra ciudad donde existen fuertes colonias judías, ¡a buscar trabajo, porque hay una esposa y un hijo que mantener!…
Pasa el tiempo, y llega un día la noticia, traída por otros que vienen de Judea:
– ¡Herodes ha muerto!…
Todos respiran hondo. José y María, también, porque ven la mano amorosa de Dios. Una inspiración muy íntima le dice a José que regrese a su tierra, y atrás quedarán, sólo como un recuerdo, las Pirámides que vieran Abraham y Moisés…, el Nilo que pasaron a pie seco las tribus de Israel al abandonar el país de la esclavitud…, las otras familias de emigrantes judíos con las cuales ya han trabado amistad… Ahora, hacia la patria querida.
Sólo que, al llegar a su tierra, se enteran de que en Judea reina Arquelao, el hijo de Herodes, que puede resultar tan malo o peor que su padre. ¿Qué hacer?…
José, bien pensado todo, deja de nuevo Belén, tan querido. Pasan Jerusalén, la ciudad santa en la que visitan el Templo. Llegan a Galilea, y, al vislumbrar Nazaret, José estalla en un grito, señala con el dedo lo que tiene delante, y le dice al Niño, ya algo crecidito:
– ¡Mira, mira, Nazaret, nuestro pueblo!…
María tampoco puede con su emoción, y le ruedan unas lágrimas preciosas, porque allí viven sus padres y todos sus parientes, a los que les lleva la alegría del niñito que ha traído al mundo…
Ahora, aquí, en este pueblo campesino, la familia va a pasar treinta años.
José, a trabajar en el taller.
María, el ama de casa más dichosa.
Jesús, a desarrollarse, a empezar a trabajar, a recorrer los campos.
Los tres, a rezar, a descansar los sábados, al culto de la sinagoga, a las diversiones inocentes de sus paisanos… Esta es la vida de la Sagrada Familia, el hogar más encantador que ha existido.
Si se nos preguntase: ¿Cuál es la mayor lección de vida que Jesucristo nos da en su Evangelio?, es posible que nos quedásemos un poco desconcertados, y no supiéramos qué responder. ¡Son tantas!…
Pero es cierto que la palabra Nazaret encierra una lección inmensa, de riqueza inagotable.
Esta lección del Obrero de Nazaret es hoy más actual y urgente que nunca.
¿Por qué la familia, niña de los ojos de Dios, se desmorona en tantas partes?
¿Por qué el enemigo de Dios se ha cebado precisamente en ella?
¿Por qué el divorcio, el aborto, el placer sin control, han de destruir la obra maestra del Creador?
¿Por qué la riqueza de unos y la pobreza extrema de otros han de ser la causa de tanta tragedia familiar?…
Con este hecho de Nazaret, viene a preguntarnos Jesucristo hoy, precisamente hoy:
– ¿Dónde está el valor y la felicidad de la vida, no de la mía, sino de la de ustedes?… No los busquen ni en la fama, ni en el mando, ni en el dinero, ni en el divertirse loco, ni en el furor del deporte, ni en el casarse y descasarse de las grandes estrellas del cine o de la pasarela… En nada de eso hallarán el valor y la felicidad de su vida.
Y seguiría preguntando Jesucristo:
– Y el valor de la vida cristiana, la que yo quiero y Dios les pide, ¿Dónde se encuentra concretamente? ¿en los milagros? ¿en las apariciones? ¿en los fenómenos extraordinarios que leen de los grandes santos? No; tampoco los hallarán en hechos semejantes.
* Jesucristo nos daría entonces la respuesta más acertada, nos diría y nos dice:
– Mi lección primera y más importante sobre el valor de la vida se la di escondiéndome durante treinta años en Nazaret.
Allí estaba el valor real de la vida. Allí, el amor. Allí, la unión. Allí, el trabajo. Allí, la austeridad. Allí, la alegría de la convivencia ciudadana. Allí, el respeto a la ley de Dios. Allí se lo digo con palabras de uno de sus poetas, estaba “la descansada vida del que huye el mundanal ruido, y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido”…
Eso fue mi familia de Nazaret en la que nunca faltó el amor más cariñoso, la unión más fuerte y la ayuda más generosa, y por eso no faltó nunca la felicidad más grande.
¿Le creeríamos a Jesucristo, si nos hablara así? Le creemos, sí, y le pedimos: -¡Señor Jesús, que nuestras familias sean como la tuya de Nazaret!…
P. Pedro García, CMF.