¿Hemos contado las veces que leemos en la Liturgia de la Iglesia la incomparable página en que Lucas nos describe la Anunciación del Ángel a María? ¿Seríamos capaces de hacer colección de todos los cuadros, estampas y esculturas de los artistas que nos presentan esa escena sublime?…
Hoy, al celebrar la fiesta de la Anunciación del Ángel y Encarnación del Hijo de Dios, nos deleitamos una vez más recordando aquel momento cumbre de la historia de la Humanidad, cuando se juntaron el cielo y la tierra para formar una unión ya irrompible.
Dios había creado el universo, que iba cantando por los espacios la gloria del Señor. Pero ninguna voz la entonaba debidamente…
Los ángeles poblaban el Cielo, pero no tenían un rey digno de criaturas tan excelsas…
Los hombres se habían alejado de Dios y caminaban insensatamente a su perdición…
Satanás y sus secuaces se habían apoderado de la obra de Dios y la iban destruyendo paso a paso…
Entonces Dios tuvo consejo en seno de su Trinidad Santísima. A la pregunta que se hacen las Tres Divinas Personas -¿Qué hacemos?…, el Hijo se adelanta con su respuesta: -¡Ya voy yo!… El Padre, generoso, entrega su Hijo, y el Espíritu Santo, amor impaciente, empuja toda la obra: -¡Adelante! Yo me encargo de realizarla…
Así un poco poéticamente si queremos, podemos escenificar lo que el apóstol San Pablo llama el designio, el secreto, el consejo de Dios, que desde ahora recapitulará todas las cosas en Jesucristo, rehará toda la creación, y convertirá a su Hijo hecho Hombre en el centro de toda la obra salida de sus manos.
Jesucristo será el Redentor de los hombres.
Jesucristo será el vencedor de Satanás, que ya no podrá reírse más de Dios.
Jesucristo será la alabanza perfecta de Dios.
Jesucristo será el Rey de los Ángeles.
Jesucristo será la alabanza perfecta de Dios.
Todo esto va a conseguir Dios con la Encarnación de su Hijo en el seno de la Virgen María…
Ha llegado la plenitud de los tiempos, como nos dice la Biblia. Dios ha fijado su mirada en una muchachita encantadora, que vive en Nazaret, un poblado de la Galilea, tierra de los judíos, y le manda a uno de los ángeles más bellos y encumbrados que tiene en su presencia. El mensajero celestial cumple a perfección su cometido:
– ¡Salve, llena de gracia, el Señor está contigo!
– Pero, ¿Qué dices? ¿Qué significa este saludo?…
– No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Mira, vas a concebir en tu seno y vas a dar a luz un hijo a quien llamarás Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, Dios le dará el trono de su antecesor el rey David, reinará para siempre sobre la descendencia de Jacob y su reino no tendrá fin.
Por todas estas expresiones, María entiende que se trata del Cristo prometido. No pone objeción alguna. Pero presenta una dificultad:
– ¿Cómo podrá ser esto, no conviviendo yo con varón?
El mensajero celestial la tranquiliza:
– Todo va a ser obra del Espíritu Santo, que descenderá sobre ti; te cubrirá con su sombra el poder del Altísimo, y ese tu Hijo será santo y llamado Hijo de Dios.
San Bernardo, excelso Doctor de la Iglesia, se extasía al leer estas palabras del Evangelio y hace un comentario que se ha hecho célebre. Contempla a toda la creación expectante, esperando sin aliento la contestación de María, a la que se dirige casi angustiado: -¡Di que sí, di que sí, por favor! Mira que nuestra salvación está en estos momentos pendiente de tu palabra…
María, efectivamente, es un ser libre, no es una autómata, y puede decir que sí como puede decir que no. Por eso Bernardo discurre muy bien.
Pero María escucha la voz de Dios y no se va a negar a ella. Escucha también la voz de su propio corazón, y no nos va a negar a nosotros lo que puede hacer por nuestra salvación. Humilde, generosa, con amor inmenso a Dios y a los hombres, María da la respuesta que va a cambiar el curso de todas las cosas:
– Aquí está la esclava del Señor. Que se cumpla en mí todo lo que has dicho.
En este instante preciso, el Hijo de Dios se hace hombre en el seno de una mujer. Será siempre el Dios eterno, pero es también desde ahora un hombre como nosotros, un hermano nuestro, que toma nuestra naturaleza humana para darnos a cambio su naturaleza divina…
El apóstol San Pablo lo expresará con su energía característica a los de Corinto:
-Se hizo pobre por ustedes, para que ustedes llegaseis a ser ricos por él.
¡Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María!
¡Jesucristo, Dios verdadero y Hombre verdadero!
¡Jesucristo, adorado por los Ángeles del Cielo, y hermano nuestro que comparte nuestra vida en todo!
Más que fijarnos con los artistas en el encanto de la Anunciación del Ángel a María, nosotros queremos adentrarnos en sus misterios más profundos.
Dios, que desde ahora va a poder ser plenamente glorificado…
Satanás y el pecado, que van a ser vencidos y aniquilados para siempre…
Nuestra salvación, que la tenemos al alcance de la mano…
¿Queremos más bondad de Dios, queremos más suerte nuestra?…
P. Pedro García, CMF.