Muchos milagros hizo Jesús, pero ninguno tuvo la resonancia y las consecuencias que el de la resurrección de Lázaro, tal como nos lo presenta el Evangelio de este Domingo, con el que la Iglesia nos quiere decir:
-¿Saben dónde está la vida? ¿Saben quién es la vida? ¿Saben quién es el que no muere nunca?… ¡Vengan a Jesús, y lo sabrán muy bien! Y sabrán también lo que Jesucristo les dio en el Bautismo: la vida divina, y con él la vida eterna hasta para su cuerpo mortal…

Ante las amenazas de los jefes del pueblo que le buscan para matarlo, Jesús se aleja de Jerusalén, y un día le llega un recado de las queridas amigas de Betania, Marta y María:
– Señor, aquel amigo a quien tú quieres tanto está enfermo.
Jesús tenía bastante con esta delicada insinuación de las dos hermanas. Pero aparenta no hacer caso, y se queda, como si nada, allí donde estaba. Sin embargo, al cabo de dos días, les dice a los discípulos:
– Vamos de nuevo a Judea.
– Pero, Señor, ¿Cómo quieres ir allí? ¿No te das cuenta de que te buscaban para matarte?
– Vamos, porque nuestro amigo Lázaro está dormido y quiero despertarlo.
– ¿Dormido? ¡Pues, ya se despertará!
– Les voy a hablar claro: Lázaro ha muerto. Y me alegro por ustedes, para que tengan fe.

Van caminando medio en silencio y con miedo. Hasta que llegan a Betania, muy cercana a Jerusalén, y el recorrido entre una y otra se hace andando en menos de media hora. Las amigas Marta y María, al enterarse de la llegada de Jesús, reanudan su llanto, mientras se van repitiendo:
– ¡Lástima que no estuvo antes aquí!…
María se queda en casa, con los visitantes que han venido de Jerusalén, jefes judíos importantes, lo cual indica que no se trata de una familia cualquiera, sino de mucha significación. Marta sale al encuentro de Jesús:
– Señor, ¿por qué no viniste antes? Si hubieses estado aquí, mi hermano no hubiera muerto.
– Queda tranquila, que tu hermano resucitará.
– Sí, Señor; ya sé que resucitará el último día, cuando la resurrección de los muertos.
Al llegar este momento, Jesús reviste sus palabras de una solemnidad inusitada:
– Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?
– Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo.

Marta no se detiene más, y corre a llamar a María, que, nada más ver a Jesús, se arroja a sus pies y le suelta las mismas palabras que, por lo visto, se han repetido las dos muchas veces en estos días:
– ¡Señor, si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano!
Jesús no aguanta más la emoción, y rompe también a llorar, ante el comentario de los jefes judíos:
– ¡Miren cómo le amaba, hasta llorar de esta manera!
Jesús se repone, se seca las lágrimas, y ordena decidido:
– ¡Quiten la losa del sepulcro!
Marta se asusta:
– ¡Señor, no! Que ya es éste el cuarto día que lleva enterrado, y debe oler muy mal.
– ¡Marta! ¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?
Y grita entonces Jesús con imperio:
– ¡Lázaro, sal fuera!
Todos se aterran cuando ven alzarse el cadáver envuelto en sábanas y vendado con fajas. Jesús sigue dando órdenes ante el estupor de todos:
– ¡Suéltenle todas las ataduras, y déjenlo andar!…
El silencio que sigue a esta narración del Evangelio dice mucho más que si hubiera proseguido contando la reacción de todos: los gritos de alegría, las lágrimas, los besos y los abrazos…

Para nosotros, este milagro estruendoso de Jesús, que revolucionó a toda Jerusalén, es el signo que Jesucristo nos da de la resurrección futura, la cual seguirá necesariamente a la vida divina que se nos comunica en el Bautismo. ¿Morimos con Cristo y como Cristo? Podemos quedar tranquilos, que resucitaremos como Cristo resucitó. La muerte no debe darnos temor alguno. Con la resurrección prometida por Jesucristo hemos quedado libres de la esclavitud a que nos sometía el miedo a morir.
Porque la vida eterna no es sólo para las almas: es también para nuestros cuerpos mortales, que deben ser revestidos de inmortalidad. Quien vive la Gracia bautismal, vive muerto al pecado y resucitado a la vida de Dios, del que dice Jesús que “es un Dios de vivos y no de muertos”…
Quien resucitó a Lázaro y se resucitó a Sí mismo, promete resucitarnos también a nosotros.
Estamos tocando ya en esperanza la resurrección del ultimo día, incluso mucho antes de morir…

¡Señor Jesucristo!
Tu palabra no va a fallar. Tu promesa no dejará de cumplirse.
Tú nos hablas con solemnidad inusitada al asegurarnos: “Yo soy la resurrección y la vida”…
Y lo dijiste dándonos una prenda con la Eucaristía: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día”.
¿A esto nos lleva esa fe en ti? ¿Y esta promesa tiene el recibirte siempre en la Sagrada Comunión?…
¡Bendito seas, Jesús, Dios de la vida!…

P. Pedro García, CMF.