¡Señor Jesucristo! Hoy no vengo a hablar de ti. Hoy quiero hablar contigo. Con la intimidad y con el calor con que Tú me hablaste en aquella Ultima Cena que en este día celebraste con tus apóstoles.

Juan, al llegar a este momento de tu vida, tiene una expresión que se ha hecho de las más famosas del Evangelio, cuando nos dice: -Jesús, habiendo amado siempre a los tuyos, ahora los amaste hasta el fin, hasta el extremo, hasta no poder más…

Había llegado tu HORA. Y tu Hora, para ti, era la tu Glorificación, que Tú la hacías consistir, a la vez, en tu pasión, tu muerte, tu resurrección y tu entronización a la derecha del Padre.
A ti, Jesús, no te vamos a entender nunca. ¿Por qué tenías que sufrir por nosotros y morir de esa manera?… ¿Es que no tenías bastante, si querías salvarnos, con decirle a Dios que nos perdonase, que olvidara toda nuestra culpa, y, por ser Tú quien lo pedía, hubiera habido bastante, y el mundo se hubiese librado de la condenación y adquirido la Gloria? ¿Es que no podías haberlo hecho así, o qué?…
Pero oigo que me respondes Tú:
– Sí, es muy cierto lo que dices. Me bastaba una súplica, y quedaba zanjada toda la cuestión entre Dios y ustedes. Pero, ¿hubieran entendido mi amor? ¿Hubieran sospechado el amor de un Dios que os quiere tanto? Todo lo hubieran medido con una ley del derecho, la del “tanto cuanto”:
un Dios ofendido,
un Dios que aboga y pide,
un Dios que se da por satisfecho y no pide nada más… Mientras que ahora…

No sigas, Jesús. Ahora, con esos azotes y esa corona de espinas, con esa cruz a cuestas, con esas tres horas de tormento infernal en el patíbulo, nos dejas aniquilados, y nuestros labios se quedan mudos… Tu pasión no fue una broma, por cierto.
¿Y qué nos pides a cambio de tanto amor? Nuevo desconcierto para nosotros, cuando nos dices:.
– Me contento con que se acuerden de mí, con que no olviden lo que por ustedes he hecho. Y para que tanto amor mío, tanto sufrimiento por ustedes, tanta ilusión mía mientras los espero en mi Gloria, para que todo esto no lo echen al olvido, “tomen, tomen y coman, porque esto es mi Cuerpo. Tomen, tomen y beban, porque esta es mi Sangre… Hagan esto como memorial mío”.

¿Cómo, Señor? ¿Qué estás haciendo?… Para que no olvidemos tu amor, añades a tanto amor más amor, y un amor tal que te lleva a hacerte apariencia de pan y apariencia de vino, porque el pan y vino los conviertes en tu propio Cuerpo y en tu propia Sangre, para que te comamos sin miedo, y, al comerte, puedas meterte dentro de nosotros, de cada uno de nosotros, y hacer de los dos, de ti y de mí una sola cosa?
Tú permaneces en mí, y yo permanezco en ti. Tú te metes en mi carne mortal como semilla inmortal, de modo que mi carne, convertida un día en podredumbre y en polvo, deba resucitar para estar contigo en tu propia Gloria.
Para que no olvide yo tu amor, ¿me das otra prueba de amor como ésta: comerte a ti, beberte a ti, para hacerme una cosa contigo?…
Un santo de nuestra tierra que te quería mucho, Pedro Betancur, decía que se volvía loco al pensar en este divino Sacramento de la Eucaristía que Tú instituiste hoy.
Y otro santo como Gerardo Mayela te dijo delante de tu Sagrario algo que te debió hacer reír con gusto en esa tu divina prisión:
– Jesús, si yo estoy loco por ti ante el Sacramento, ¿no estabas Tú un poco más loco que yo cuando te quisiste quedar así por mí?…
Tú, Jesús, estás loco de amor por mí, y yo quisiera enloquecer también por ti.

Pero siento que me dices, Jesús, como advertencia muy grave:
– ¡Muy bien! ¿Has visto mi amor por ustedes? Pues, así quiero que sea el amor suyo con los demás. por eso “les digo, les mando, que se amen los unos a los otros como yo los he amado”. Este es mi mandamiento de amor en el día en que yo he llevado mi amor hasta el extremo, hasta el no poder más…

¡Señor! Empeñado en acrecentar el amor, nos mandas hacer del amor el signo y la prueba del amor que te tenemos a ti. ¿Cómo no voy a amar yo a los demás, y cómo no me voy a deshacer en su servicio, ante lo que te veo hacer a ti y ante lo que Tú me mandas?…
¡Jueves Santo, día del amor! Día del amor tuyo por nosotros, Jesús, y del nuestro por ti, Señor.
Amor de locura, que te lleva a la Cruz.
Amor de locura, que te lleva al pan y al vino, para venir bien escondido, en la realidad de tu Cuerpo y de tu Sangre, hasta encerrarte en nuestro corazón.
Jesús, ¿Quién no te amará!…
Jesús, ¿Quién no querrá hacer algo por ti?
¡Jesús! Ya pasaron los primeros minutos de tu Hora, tan amarga.
Ahora, ya no quedan más que los minutos finales de esa Hora bendita: la de tu glorificación, y esos minutos últimos de tu Hora son eternos, no acabarán jamás.
A mí, a todos mis hermanos, métenos en esa Hora, la Hora tuya última, para gozar todos juntos contigo, en la Gloria del Padre, de las inefables delicias de ese amor que Tú llevaste hasta el fin…

P. Pedro García, CMF.