El Domingo de Ramos que hoy celebramos es un día de fiesta muy especial. La procesión con las palmas, ¿nos trae alegría o nos trae preocupación? Esos ramos que se nos bendicen, ¿son un talismán para alejar desgracias de nuestras casas, o son un reclamo para seguir al Señor hasta donde Él vaya? ¿Qué sentimientos nos dominan cuando cantamos y vitoreamos hoy a Jesús en una procesión tan devota, muy distinta de las otras procesiones patronales que tanto nos gustan?…
Recordamos el hecho aquel de la entrada de Jesús en Jerusalén. Los jefes de los judíos están buscando cómo atrapar a Jesús para matarlo, ¡y ya vemos el miedo que les tiene Jesús! Entra en la ciudad en medio de palmas, ¡vivas! y cantos de sus paisanos los galileos, que han acudido en tropel para la próxima pascua.
Es el mismo Jesús quien lo ha dispuesto y ordenado todo:
– Vayan a esa aldea que está enfrente, y encontrarán una borrica atada con su pollino. Los desatan, y me lo traen. Si el dueño les dice algo, le contestan que el Señor los necesita, pero que se los devolverá pronto.
Dicho y hecho, Jesús que se monta en el pollino, los discípulos que tienden sus mantos en el suelo y empiezan las aclamaciones… Las gentes que acampaban en la ladera se suman inmediatamente al cortejo, cortan palmas o ramos de los olivos, y se acercan a la ciudad entre gritos ensordecedores:
– ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en lo más alto de los cielos!…
La ciudad entera se conmociona, y preguntan:
– Pero, ¿Qué pasa? ¿Quién es éste?…
– ¡Es Jesús, el profeta de Nazaret!
Los jefes del pueblo están que no aguantan la rabia. Los soldados romanos, sin meterse, observan y se ponen al tanto para que no ocurra ningún tumulto. Y Jesús se baja en la explanada del Templo e inspecciona sereno la casa de Dios… Atardece, y, como si no hubiera pasado nada, Jesús se regresa a Betania.
¿Quién se ha atrevido con Él? Nadie. Si en estos días vuelve a la ciudad a la vista de sus enemigos, a pesar del peligro evidente, es como si les dijera:
– ¿Ven? Soy el dueño de los corazones. Si me pongo en manos de ustedes, es porque quiero. Como les dije una vez, nadie me quita la vida. Yo la entrego y la vuelvo a recobrar.
Y esto lo dice Jesús sin orgullo. Al revés, lo hace con una humildad conmovedora. Sabe que el Padre le invita a aceptar la cruz, y él no rehúsa el sacrificio. Abraza la última miseria y el último dolor de los hombres sus hermanos, y se entrega en acto de obediencia a su Padre.
¡Claro!, que después va a venir la respuesta de Dios, cuando le diga:
– ¡Sal del sepulcro! ¡Vete a buscar las almas de los justos que han muerto desde el principio del mundo y las traes aquí! ¡Sube a la Gloria! ¡Siéntate a mi derecha! ¡Reina sobre todas las naciones! ¡Salva a todos los hombres por los cuales has derramado tu sangre! Y, al fin, vuelve a la Tierra a resucitar a todos los muertos, entrega tus enemigos a los demonios rebeldes en una misma condenación, y a todos los tuyos los traes al Cielo que les está preparado desde antes de la creación del mundo!…
Y esto no es manera de hablar nuestra. Esto es lo que leemos en la Palabra de Dios.
El reinado de Jesucristo será la Redención de los hombres.
Su trono, la cruz.
Su premio, la resurrección.
El botín de su conquista, las almas innumerables que ganará para la gloria.
Éste es el Rey que hoy ha entrado triunfal y humilde en Jerusalén.
Después de recordar la entrada gloriosa de Jesús en la ciudad santa con una celebración tan humilde y tan devota, viene el escuchar la historia de la Pasión, este año narrada por Mateo.
Para reinar, y contra toda esperanza del pueblo que soñaba en un Mesías guerrero, vencedor de los romanos, dominador de todas las naciones, y portador de riquezas y de felicidad abundante e inacabable, Jesús escoge la pobreza, la debilidad, el sacrificio, la muerte… ¡Qué chasco y decepción para los judíos de entonces! ¡Qué lección para el adelantado mundo de hoy!…
Ha habido herejes y hombres notables que han rechazado a Jesucristo por verlo demasiado sencillo, trabajador en un pobre taller, y porque acabó su vida en la humillación suprema de la cruz. Esto no dice con la dignidad de un rey, según ellos. Pero el pensar así es cosa de hombres, no es el pensar de Dios.
Jesús no busca reinados temporales. Jesús es Rey porque conquista los corazones con su amor y su sacrificio. Hoy ha dado muestra de ello, y las autoridades lo han entendido bien.
De hecho, la autoridad romana y sus soldados, atentos a cualquier revuelta del pueblo y a cualquier cabecilla revolucionario, no se han molestado para nada al ver la entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado como el Rey descendiente de David. No se han movido nada las tropas porque ven a Jesús incapaz de levantarse contra nadie. No se han movido, porque adivinan que no quita reinos terrenos quien da el Reino celestial…
Solamente los cabecillas judíos han temblado, porque han adivinado que sus privilegios se van a hundir si este Jesús se lleva consigo los corazones del pueblo.
Jesús, el de la obediencia humilde al Padre y el Salvador de sus hermanos por la cruz, es también el Rey inmortal de los siglos.
¡Qué amable, y qué grande a la vez, es nuestro Señor Jesucristo!…
P. Pedro García, CMF.