Queridas familias, paz y bendición para sus hogares. Que la luz nueva del domingo les anime a elevar una acción de gracias a Dios por todos los dones recibidos.
En el texto del Evangelio de hoy se nos describe de forma estupenda los comienzos de la obra evangelizadora de Jesús en Cafarnaúm. Predicación, expulsión de demonios y sanación son las actividades por las cuales él manifiesta la misericordia de Dios al pueblo oprimido por el sufrimiento. Jesús enciende la esperanza y la ciudad entera está pendiente de sus pasos, de sus palabras y de sus gestos, pues nadie como él ha demostrado tanta preocupación y cuidado por sus dolencias.
Se narra en el texto la primera de sus sanaciones. Se trata de la curación de la suegra de Pedro, enferma de fiebre. Jesús se atreve a sanarla en sábado, con plena conciencia de que la ley prohibía atender incluso las enfermedades más graves. Para el Maestro, la dignidad del ser humano está por encima de cualquier prescripción legal. Él entra en la casa, se acerca a la mujer, la toma de la mano y la levanta. El detalle de los verbos muestra la delicadeza con que Jesús se acerca al ser humano para sanarle. La mujer, postrada en cama por la enfermedad, se levanta inmediatamente y se pone a servir; pone en ejercicio la hospitalidad, valor importantísimo en la cultura y religión judías. Una hija del pueblo ha sido liberada.
Al atardecer traen a Jesús numerosos enfermos y endemoniados. Él los atiende a todos compasivamente y les libra de sus males. Sin embargo, no se deja arrastrar por el entusiasmo popular, y por ello se retira a orar en un lugar solitario durante la noche. Él sabe que la misión recibida no tiene como fin la fama temporal que sus milagros han despertado en las multitudes. A pesar de que todos le buscan, el Maestro sigue su camino, pues tiene que ir a los otros pueblos para anunciar la llegada del Reino; esta es su misión primordial.
El comportamiento y las acciones de Jesús nos enseñan a solidarizarnos con el sufrimiento ajeno como si fuese el propio. En efecto, estamos llamados como cristianos a manifestar en todos los ámbitos de nuestra vida la compasión divina, cuidando de los demás. Pensemos en la realidad de tantos niños, ancianos y enfermos abandonados, incluso en los mismos hogares. Hay una escandalosa ausencia de amor hacia los que sufren, nos hemos hechos insensibles e indiferentes ante su realidad. Hermanos y hermanas, ¡sin compasión no hay salvación! Abramos los ojos, acerquémonos y cuidemos a los demás como lo hizo el Señor. La gloria de Dios brillará cuando demos el paso. Este es el tiempo oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.