Domingo 6 de Noviembre de 2016
32º Domingo Ordinario
San Lucas 20, 27-38: “Él no es Dios de muertos, sino de vivos, y todos viven por Él”.
Hermanos y hermanas, reciban en este nuevo domingo mi saludo cordial, deseándoles paz y bienestar en el seno de sus hogares. Que el Dios les anime cada día a ser valientes defensores de la vida.
En el Evangelio de Lucas que hoy se proclama, un grupo de saduceos se acerca a Jesús para cuestionarle, a través de un caso ficticio, acerca de la veracidad de la resurrección de los muertos. Este grupo, en efecto, pertenecía a la clase alta de la sociedad judía y era colaboracionista del imperio romano. Los saduceos sólo aceptaban los primeros cinco libros de la Biblia y rechazaban los demás escritos sagrados, entre ellos los profetas. Según su mentalidad, la riqueza y la prosperidad de la que gozaban eran la señal incuestionable de la bendición divina y, por tanto, no cabía esperar nada en otra vida distinta de la terrena. Por eso plantean un argumento complicado a partir de la ley de Moisés que ordenaba que en caso de quedar viuda una mujer, el hermano del difunto debía tomarla por esposa y darle descendencia. Según la historia, una mujer llegó a casarse con siete hermanos que murieron sucesivamente, sin dejarle descendencia. La pregunta final de los saduceos es: “Si hay resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa esta mujer, puesto que los siete la tuvieron” (v.33).
La respuesta de Jesús es doble. Por un lado, describe cómo serán las relaciones humanas en el más allá y, por otro, se remite al éxodo, que es la experiencia fundante de la fe de Israel. En la primera vía, Jesús afirma que a partir de la resurrección las relaciones humanas serán transformadas; no será como en el caso de la historia de la mujer, que da la impresión de ser posesión de un grupo de siete varones; la vida nueva de la resurrección reconfigurará las relaciones en el valor absoluto de la fraternidad y la filiación divina. Todos seremos hermanos e hijos de Dios. En la segunda vía, Jesús sostiene que los que han sido fieles a la Alianza participan, aunque hayan pasado por la muerte terrena, de la vida plena en Dios. “Él no es Dios de muertos, sino de vivos, y todos viven por Él” (v. 38).
Quienes creen que en esta vida está la plenitud por la riqueza y la abundancia que poseen marcan con el signo de la muerte a multitud personas que pasan hambre, violencia y exclusión. Jesús nos invita hoy a ver con ojos nuevos y esperanzados el mundo futuro, comprometiéndonos con el presente defendiendo la vida, para ir preparando el banquete fraterno de la eternidad. Este es el tiempo oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.