Domingo 22 de octubre de 2016
30º Domingo Ordinario
San Lucas 18, 9-14: “El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”.

Queridos hermanos y hermanas: un saludo afectuoso para ustedes y sus familias. Que este sea un día de gracia para renovar el amor y el compromiso que hemos asumido como cristianos.

En el Evangelio que hoy se proclama, Jesús dirige una parábola a aquellos que se tienen por justos y desprecian a los demás. Se trata de la conocida parábola del fariseo y del publicano que oran en el templo. Los fariseos formaban un grupo dentro de la religión judía; eran reconocidos como estrictos cumplidores de la Ley de Moisés; alardeaban de ser personas muy devotas y observantes de la pureza ritual, situación que les motivaba a vivir “separados” de los demás. Por su parte, los publicanos eran judíos colaboracionistas de Roma, cuya función consistía en el cobro impuestos a Israel, colonia de aquél imperio invasor. Sencillamente se les tenía como traidores de la patria y ladrones, ya que muchas veces abusaban de la gente, cobrando más de lo debido o expropiando bienes para cubrir las deudas al emperador. Además, el sólo hecho de manipular dinero les hacía “impuros” ante la Ley, situación que les incapacitaba para participar en el culto del Templo.

Jesús plantea en la parábola que el fariseo que ora a Dios, presumiendo de sus prácticas religiosas y comparándose con los demás pecadores, no alcanza la justificación; al contrario del publicano, que siendo un pecador público, sabe reconocer su miseria y Dios le concede el perdón de sus culpas. Jesús enseña que su Padre conoce la profundidad del corazón humano y se compadece del humilde. El orgulloso, el altanero, el que desprecia a los demás, aunque trate de hacer mil méritos con sus obras externas no alcanzará la misericordia divina. Dios se fija en la humildad del corazón, no en las apariencias. No podemos manipular a Dios; Él es el enteramente libre y da su salvación a los que con fe le reconocen como Padre.

La fama, la vanidad, la apariencia, el orgullo, el prestigio… están arraigados en el torbellino de la sociedad que quiere esclavizarnos hoy día. No se globaliza el amor o la compasión, sino la vaciedad y el sinsentido que cobran vidas humanas a cada momento. Muchas veces se alardea en la religión, en la política y en la farándula con “obras de caridad” desprovistas de sentimientos humanos sinceros, que sólo buscan aparentar ante los demás. Ocurre también en nuestras familias, cuando somos “luz de la calle y oscuridad de la casa”, cuando no sabiendo amar a los que tenemos más cerca, nos desbordamos con mil actos de cariño con los que están fuera del hogar. Nuestras obras, frutos de la fe y del amor sincero, deben brillar tanto dentro como fuera de nuestras casas. No nos preocupemos del aplauso, de los méritos, o de los agradecimientos. Dios es el justo juez que sabe discernir la sinceridad y profundidad de nuestras acciones. No vivamos de apariencias.

Este es el tiempo oportuno.

Cordialmente,

P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.