Cuando hay una boda célebre, los medios y las revistas del corazón la llaman la Boda del Siglo. Así lo dicen, porque se han olvidado del esplendor de una boda anterior.
Pero si nosotros tomamos el Evangelio de este Domingo, y llamamos a la Boda de Caná “La Boda de los Milenios”, no nos equivocaremos un punto, aunque no se trata de una boda de reinas ni princesas, sino de unos simples aldeanos en un pueblecito minúsculo de Galilea.
Porque aquella boda no ha sido superada por ninguna en dos mil años, ni lo será en los milenios que pueda durar el mundo. Y no hay cámaras de televisión ni periódicos que la sepan transmitir como lo hace el Evangelio…

Allí estaba presente, como un invitado de tantos, nada más ni nada menos que Jesús, cuando apenas empezaba a manifestarse quién era.
Y hoy se va dar a conocer de la manera más idílica.
La fiesta de bodas en aquellos tiempos dichosos, tranquilos y sin agobios de leyes laborales, se prolongaba a veces por varios días. Y sea por la causa que sea, el caso es que llegó a faltar el vino, elemento imprescindible de la alegría en una fiesta así.
María, la Madre de Jesús, estaba también entre los invitados. Y con ojo atento, y con delicado corazón de mujer, se da cuenta del apuro de los novios:
– Mira, Jesús, no tienen vino.
– Bien, mujer, ¿y a ti y a mí, qué nos va?
Todos sabemos el desenlace. Seis grandes tinajas de agua, destinadas a las numerosas abluciones judías, que se convierten en un vino generoso de verdad.
El Evangelista Juan capta todo el sentido de este milagro, que Jesús realiza como un signo, como algo que quiere expresar cosas muy superiores. ¿Cuáles?…

Ante todo, el hecho de hacer Jesús este milagro para remediar el apuro de dos novios, ya esposos, en el día más feliz de su vida, ¿Qué quiere decir?
Que allí se pone Jesús para aprobar, bendecir y consagrar para siempre en su Iglesia la unión matrimonial del hombre y la mujer.
¡Qué bello el hogar que empieza poniendo a Jesucristo en medio!
¡Qué seguridad en el amor!
¡Qué apoyo en las dificultades!
¡Qué redoblarse las alegrías!
¡Qué consolación en las penas!
¡Qué facilidad para pasar de las bodas de acá abajo a la boda eterna allá arriba de Jesucristo con su Iglesia!…

La abundancia de vino era para los antiguos profetas un símbolo de la abundancia de bienestar y de alegría que iba a traer el prometido Mesías al Pueblo de Dios. El profeta Amós lo decía con palabra poética, al ver los viñedos de las laderas de Judea:
– Los montes gotearán vino nuevo, y todas las colinas lo derramarán con generosidad.
Hoy lo vemos ampliamente cumplido en nuestro culto.
El Vino Nuevo, que es la misma Sangre de Cristo, no se agota nunca en la celebración Eucarística, banquete nupcial de Cristo con la Iglesia y signo del banquete eterno que nos espera.
Cuando nos embriagamos con este Vino celestial, cantamos rebosantes de alegría.
La celebración de la Eucaristía es cada domingo para el cristiano una fiesta siempre nueva.
En ella cantamos —vamos cantando sobre todo en la Comunión— porque el gozo del Señor llena nuestras almas.

Esto significa que Jesucristo ha realizado una renovación total del mundo. El agua de las tinajas ha sido sustituida por el vino de la Sangre de Cristo, ¡y ésta sí que es el detergente verdadero que quita la suciedad del mundo, al eliminar de en medio el pecado!
Con su Sangre, Cristo es el artífice verdadero del Mundo Nuevo, del Mundo Mejor en que tanto soñamos hoy.
Un himno bello de la Liturgia nos dice de dónde viene esa Sangre que nos salva: del seno generoso de María, que dio libremente su consentimiento al Ángel.
No es entonces nada extraño que María se convierta en Medianera entre Jesucristo y nosotros, como lo dice este hecho del Evangelio. “¡No tienen vino!”, y Jesús se rinde al deseo de su Madre.
Si toda mujer, por su fina intuición, por su delicada y amorosa ternura, es una medianera natural en el trato humano, ¿es de extrañar que Dios haya querido una Mujer Medianera, siempre subordinada a Cristo, dentro de la Iglesia?
Por eso, acudir a María es tener asegurada la benevolencia del Señor.

¡Señor Jesucristo, Esposo de la Iglesia, bendice nuestros hogares!…
¡Señor Jesucristo, que brindas con el vino nuevo, llénanos de tu alegría!…
¡Señor Jesucristo, que escuchas siempre a María, atiéndela cuando, solícita, te habla por nosotros!…
Boda de Caná, boda la más sonada de los milenios cristianos, boda bendecida por el Señor en persona…

P. Pedro García, CMF.