Celebramos en este domingo la solemnidad de Jesucristo Rey. Atestiguado por el mismo Jesús en el Evangelio ─“yo soy Rey”─, le dijo a Pilato, sabemos que el Padre lo ha constituido Rey del Universo.
Dios Padre le ha sometido todas las cosas creadas, espirituales y materiales, desde los Ángeles y los hombres hasta la estrella más lejana, porque todo ha sido creado por Él y para Él.
Jesucristo cerrará la última página de la Historia, transformará la creación entera, rescatándola de la corrupción, entregará a Dios Padre todas las cosas por Él redimidas, y, como confesamos en el Credo, poseerá después un Reino que no tendrá fin.
Este reinado de Jesucristo es el que celebramos en este domingo, último del año en la Liturgia de la Iglesia.
El Evangelio de hoy constituye la página más grandiosa que se puede leer. Mateo nos hace una descripción apocalíptica del fin del mundo, capaz de entusiasmar o de atemorizar según al hombre más indiferente.
El mismo Jesús nos narra cómo será su segunda venida, llamada por los Apóstoles “El Día del Señor” por antonomasia.
Pero no pensemos en un juicio riguroso, porque Jesús no es capaz de rigor, sino en un juicio misericordioso a la vez que justo. Escuchamos a Jesús.
– Después de todo esto que acontecerá en el mundo guerras, terremotos, calamidades, el sol se oscurecerá, la luna no dará su luz, caerán los astros del cielo y temblarán los poderes celestiales. Entonces aparecerá en el cielo mi señal, se golpearán todas las gentes el pecho, y me verán venir con gran poder y majestad. Mandaré a los ángeles, que reunirán a todos los elegidos desde un extremo a otro del cielo.
A continuación de esta introducción, viene la descripción del Juicio, que hoy leemos en la Misa.
– Cuando haya llegado en mi gloria con todos mis ángeles, me sentaré en mi trono glorioso. Se reunirán ante mí todas las gentes, y separaré por medio de mis ángeles a los unos de los otros, como el pastor separa a las ovejas dóciles de las cabras revoltosas. Pondré a las ovejas a mi derecha y las cabras a mi izquierda.
Ya está montado el escenario, grandioso de verdad. Y viene el juicio, esperado y temido.
– Diré entonces a los de mi derecha: ¡Vengan, benditos de mi Padre! Posean el Reino que les está preparado desde el principio del mundo…
Dejando correr un poco nuestra imaginación, y hablando a nuestra manera, podemos pensar en el aplauso enorme y los gritos de júbilo que acogerán estas palabras… Y sigue Jesús enumerando las buenas obras de los que se habrán salvado. De una manera especial les señalará las obras de caridad, el amor que habrán derrochado con los demás, con los pobres, con los hambrientos, con los enfermos, con los encarcelados, con todos los que sufrían…, y dará la razón:
“Porque lo que hicieron con uno de estos mis pequeños lo hicieron conmigo mismo”.
Y sigue Jesús:
– Volviéndome después a los de la izquierda, pronunciaré esta sentencia precisa: ¡Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para Satanás y sus ángeles!…
Que siga corriendo nuestra imaginación y oigamos el rugido espantoso que seguirá a estas palabras… Señalará también el Juez las obras malas por las cuales habrán merecido semejante condenación, y hará igualmente hincapié en las faltas contra el amor: -Tuve hambre y no me dieron de comer, estaba desnudo y no me vistieron, enfermo y encarcelado y no me visitaban…, porque cuando no lo hacían con uno de estos mis pequeños lo dejaban de hacer conmigo.
No habrá apelación posible, de modo que el Juez ejecutará por sí mismo la sentencia, pues añade:
– E irán éstos al suplicio eterno y los justos a la vida eterna.
Quedará cerrada la Historia y comenzará el Reinado sin fin de Jesucristo y el de todos los elegidos.
Jesús ha usado un lenguaje apocalíptico para describirnos su última venida. Pero vemos por esta manera de hablar que aquel día será en verdad grandioso, el triunfo definitivo del Señor. Será la manifestación final ante los elegidos como ante los condenados de la realeza de Jesucristo, Rey soberano de todas las cosas y de todos los siglos.
El Concilio, al hablarnos de la Iglesia en el mundo de hoy, nos ofrece un párrafo que es la mejor conclusión de nuestro mensaje en esta Solemnidad de Jesucristo Rey:
“El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones.
“Jesús es aquel a quien el Padre resucitó, exaltó y colocó a su derecha, constituyéndolo juez de vivos y muertos. Vivificados y reunidos en su Espíritu, caminamos como peregrinos hacia la consumación de la historia humana, la cual coincide plenamente con su amoroso designio: restaurar en Cristo todo lo que hay en el cielo y en la tierra.
“He aquí que dice el Señor: Vengo presto y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obras. Yo soy el alfa y el omega, el primero y el último, el principio y el fin”.
Jesucristo es Rey de amor.
Nadie ha sido ni será jamás tan amado como Jesucristo Nuestro Señor.
Nosotros estamos orgullosos de Él.
¿Conseguiremos que también Él, a su vez, esté orgulloso de nosotros?…
P. Pedro García, CMF.