¡Cuántas quejas, cuántas lamentaciones, y cuántas alabanzas y cuántos arrebatos de admiración —así, todo revuelto— se está llevando hoy LA FAMILIA!
Todos están interesados en la familia: los buenos para amarla y defenderla; los malos para destruirla sea como sea.
Los Angeles del Cielo tiran de los moradores del hogar para arriba; los demonios del infierno tiran para abajo a todos los que pueden.
El caso es que nadie hoy en la sociedad permanece indiferente frente a la familia.

¿Y Dios? ¿Qué hace Dios?… ¿Y la Iglesia, veladora de los intereses de Dios, qué hace la Iglesia?…
La respuesta la tenemos en este Domingo. Hemos visto cómo Dios se ha hecho hombre y ha venido a nosotros el día de Navidad: no entre esplendores de gloria y como Rey avasa-llador, sino como Niño pequeñito, necesitado de todo, nacido de una Mujer, miembro de una familia.
Y la Iglesia, Madre y Maestra, nos pone hoy ante los ojos la imagen de esta Familia del Hombre Dios, como diciéndonos a todos:
– ¿Se dan cuenta de lo bella que es la familia, cuando el mismo Dios ha nacido, se ha desarrollado, se ha formado y ha vivido largos años en un hogar?…
– ¿Se dan cuenta de lo feliz que es la vida de familia, cuando en la familia reina la fe en Dios, el respeto a su Ley divina, el amor, el trabajo, la austeridad, la pureza, la unión irrompible?
– ¿Se dan cuenta del mal que les trae el romper esa armonía de la fe y de la piedad, del amor, del trabajo, de la pureza y de la unión, tal como se viven en la familia bien constituida?…
– ¿Y se dan cuenta también de que la reconstrucción de la familia, hoy tan en crisis, sólo la van a resolver cuando hagan de sus hogares un reflejo y un trasunto del Hogar de Nazaret?…

Si miramos el Evangelio de hoy, pronto damos con los fundamentos de la felicidad que reinaba en aquel Hogar bendito.
Jesús, con doce años, es ya ante la Ley en aquel tiempo un adolescente con personalidad y, se supone, con sentido de responsabilidad. Ya puede actuar por su cuenta como un mayor de edad.
Va en peregrinación a Jerusalén durante la Pascua. Entre la baraúnda de los cien mil o más peregrinos, se pierde, se queda en la ciudad, y, como lo más natural en Él, se refugia en los pórticos del Templo, donde al tercer día lo encontrarán sus padres.
María se pre¬senta como protagonista y la principal responsable, aunque pone delicada-mente el nombre de José por delante:
– Hijo, ¿por qué has hecho esto? ¿No te dabas cuenta de que tu padre y yo te buscába-mos llenos de angustia?
Jesús comprende. No es ajeno al dolor de sus padres. Pero da una respuesta misteriosa:
– ¿Y por qué me buscaban en un lugar fuera del Templo? ¿No sabían que yo debo estar en la casa y en las cosas de mi Padre?
El muchacho regresa a Nazaret. Y Lucas nos condensa los treinta años de aquella vida de hogar en una pincelada magistral:
– Jesús les estaba sujeto. Y crecía en estatura, en conocimientos y en gracia delante de Dios y de los hombres.
Completa el Evangelista los rasgos de Jesús con esta observación sobre su Madre:
– Y María observaba todas estas cosas, les daba vueltas y vueltas en su mente y las guardaba cuidadosamente en su corazón.

El hecho del Templo y los detalles sobre Nazaret nos abren todo un mundo al querer mirar a la familia tal como la ha ideado Dios.
La base de todo está en el respeto a la Ley de Dios, manifestado por la Sagrada Familia con la fidelidad a la peregrinación anual a Jerusalén.
Si hoy el hogar se resquebraja, hay que mirar ante todo a ver cómo se cumplen las exigencias de la fe, de la religión, de la moral. Sin ellas, se hunde todo el fundamento. Dentro de la Iglesia, tenemos un termómetro que no se equivoca en su precisión, y es la Misa dominical. ¿Los miembros de la familia guardan este precepto tan serio de la Iglesia? Esa familia es sana moralmente y forma un hogar estable. Esa familia no falla…

También está el respeto al derecho de los demás. En la familia manda quien debe mandar y obedece quien debe obedecer. Esto es elemental para que haya paz, amor y felicidad en el hogar.
Y si queremos un hogar rematadamente feliz, hay que hacer que Cristo esté presente en él. Empezando por signos externos, como un cuadro o un Crucifijo que recuerdan al Señor. Con la mirada y el corazón siempre en Jesucristo, como los ojos y el alma de María, hacen que Cristo sea el ideal del amor, de la formación, del progreso y de la generosidad. Por Cristo se hace todo, y Cristo entonces trae todo lo que la familia anhela para su prosperidad y su dicha en este mundo. ¿Después? Sólo quedará formar parte de la Familia de Dios allá arriba, en una familia que no sufre ningún quebranto…

¿Nos preocupa la familia? Sí; nos preocupa a todos. Y a Dios y a la Iglesia antes que a nadie. Pero, mirando a la Familia de Nazaret, se adivinan las mejores soluciones.