Si vamos hoy por unos momentos nada más a Nicaragua, esa Nación centroamericana tan querida, oiremos cómo la gente se pregunta con entusiasmo:
– ¿Quién causa tanta alegría?
A lo que todos responden gritando, y atropellándose unos a otros:
– ¡La Concepción de María!
¡Muy bien por los simpáticos nicas! Porque tienen toda la razón.
En este día celebramos con júbilo la fiesta más bella de la Virgen, la más entrañada en nuestros pueblos, la más cantada en nuestras iglesias. Pues nunca como hoy aparece María ante nuestros ojos tan radiante de hermosura. Lo que la Biblia en el Apocalipsis dice de to-da la Iglesia, la Iglesia misma lo ha entendido siempre ante todo de María, figura y modelo de la Iglesia entera:
– Y apareció una gran señal en el cielo. La Mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. A sus plantas está el dragón, retorciéndose impotente…
Y nos preguntamos:
¿Qué quiere decir Inmaculada Concepción de María?
¿Cómo ha confirmado el Cielo la ilusión tan grande que la Iglesia puso en la Inmaculada?
¿Que significa para nosotros que María sea Inmaculada, la sin mancha alguna?…
Hablando con el lenguaje de la Biblia, empezamos por trasladarnos al paraíso terrenal. El demonio —y el demonio esta vez no pudo ser más que Satanás, el gran rebelde contra Dios, el jefe supremo del infierno— ríe satisfecho ante el mordisco de Adán y Eva a la fruta prohibida:
– ¡Cayeron!… ¡A despedirse para siempre de allá arriba!… ¡Conmigo a mi condenación!…
Pero la carcajada le va a durar muy poco a Satanás. Dios le amenaza y le sentencia:
– Morderás el polvo de la derrota. Por una mujer ha empezado tu victoria, por otra Mujer empezará tu ruina, porque un Hijo de la Mujer te machacará la cabeza.
Es cierto que la catástrofe ocasionada en el paraíso fue inmensa. A partir de entonces, por la gene¬ración natural empezamos a ser pecadores al mismo tiempo que recibimos el ser humano en el seno de la madre.
Y cuando venga María, ¿qué pasará? La que va a ser Madre del Redentor, ¿se va a ver sometida a la vergüenza del pecado y a la esclavitud de Satanás?… ¡Oh, no! Dios no lo permite de ninguna manera.
Ante sus ojos divinos está la Sangre de Jesús antes de que Jesús la derrame por nuestra salvación. Y en virtud de esta misma Sangre, María es redimida de modo singularísimo.
Porque esa Sangre divina, derramada por María igual que por nosotros, tiene una eficacia singular, única, en la futura Madre de Dios: María no será sacada del fango del pecado, sino que no llegará a contraer ni el pecado original tan siquiera, de modo que su Concepción en el seno materno será totalmente pura, sin mancha alguna, que esto significa Concepción In-maculada.
La Iglesia lo ha creído siempre así.
En aquel “llena de gracia” del Angel a la Virgen, el pueblo cristiano, guiado siempre en su fe por el Espíritu Santo, vio una plenitud tal de gracia que era incompatible con ella cualquier mancha de pecado.
El Papa Pío IX acogió el clamor de toda la Iglesia, e investido de toda su autoridad apostólica, el 8 de Diciembre de 18504 definía como dogma de fe, revelada por Dios, la Concepción Inmaculada de María.
¿Se habría equivocado el Papa? ¿Se habría precipitado?… Pronto lo iba a saber el mundo.
No se hizo esperar la respuesta directa del Cielo. En Febrero de 1858 empezaban las apariciones de Lourdes, hasta que el 25 de Marzo, la Señora misteriosa levantó sus ojos extasiados, y respondió con un suspiro celestial a la angustiada Bernardita: “¡Yo soy la Inmaculada Concepción!”.
Para nosotros, para la Iglesia, María en su Inmaculada Concepción es el modelo supremo de la pureza que Dios nos dio en el Bautismo, de la que nos pide en nuestra vida y de la que nos revestirá en la eternidad.
La Iglesia, que es santa por Jesucristo su Cabeza, y es muy santa en tantos y tantos hijos suyos, se siente también pecadora. ¡Cuánta purificación que necesita! ¡De cuánto pecado se tiene que limpiar!
Con ese ideal de pureza que es María Inmaculada,
– la Iglesia se siente estimulada en la lucha contra el pecado,
– trata de eliminar de sí cualquier mancha de culpa,
– y suspira por parecerse cada día más a la Mujer que Jesús le dejó por Madre.
Porque un día la Iglesia, purificada de toda mancha en sus miembros, aparecerá, como nos dice San Pablo, sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada, digna de su Esposo Jesucristo.
La Iglesia ha conseguido ya en María esa hermosura que será en todos nosotros el encanto de los ojos de Dios.
Como nuestra Madre Inmaculada, nosotros seremos inmaculados, santos y amantes, pues para esto nos eligió el Señor y así quiso que saliéramos de las aguas bautismales.
¡María, la Inmaculada bendita!
Arrebatados de admiración, hoy te queremos decir con el cantar:
“Eres perfume que aspiro, – eres divino ideal, – eres bien por quien suspiro, – y es la brisa que respiro – tu pureza original”…