Leemos en libros que nos relatan las costumbres del Oriente, donde Jesús pasó su vida,
que es algo bello el contemplar cómo el pastor está al frente de su rebaño.
Al amanecer, se reúnen los diversos pastores a las puertas del aprisco. Todas las ovejas
están revueltas. Pero, apenas un pastor lanza el silbido y hace sonar su voz, se agrupan en
torno a la puerta todas las ovejas de ese pastor, mientras que las otras ni se mueven. Siguen
dentro hasta que viene el propio pastor y repite la misma operación.
Esos animales inocentes son únicos para reconocer la voz de su propio pastor. Ni por
casualidad se escapa una oveja con un pastor extraño.
Y puesto ahora el pastor al frente del rebaño, lo saca a la pradera y pasa allí el día
contemplando a sus ovejas. A cada una le ha puesto su nombre. Resulta un placer
escucharle cuando llama a cada una:
– ¡Eh, tú, preciosa!… ¡Reina, ven aquí!… ¡Perla, vete con cuidado!… ¡Tesoro, mira lo
que haces!…
Así, como si fueran personas. El pastor conoce a cada una en particular. Las quiere. Y
que se cuide una fiera de venir y meterse entre el rebaño. Porque el pastor manso se vuelve
una fiera también, y está dispuesto a dar la vida en defensa de sus ovejas y de sus
corderos…
Hay que tener presentes estas costumbres para entender este Evangelio inigualable, en el
llamado “Domingo del Buen Pastor”. Porque hoy nos recuerda siempre la Liturgia lo que es
Jesucristo con nosotros. Y eso nos lo dice El no con altisonantes discursos, sino con una
alegoría o comparación que es única.
Jesús, el Resucitado, ¿dónde está y qué hace? ¿Se ha desentendido de nosotros allá en el
Cielo? ¿Nos conoce a todos? ¿Nos conoce a todos sólo en conjunto, a toda la Iglesia en
bloque, o puede particularizar: a mí…, a ti,…, al de más allá? ¿Sabe mi nombre, y me quiere
a mí, y me llama a mí, y me cuida a mí?…
Para saberlo, nos basta oír sus palabras en este Evangelio:
– Yo soy el buen pastor
Conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí.
Igual que el Padre me conoce a mí y yo conozco a mi Padre, así nos conocemos mis
ovejas y yo.
Y yo ofrezco mi vida por mis ovejas.
Tengo otras ovejas que no son de mi rebaño, y yo las tengo que atraer.
Llegarán a escuchar mi voz, y se formará un solo rebaño bajo la guía de un solo pastor.
Aquí Jesucristo se ha dejado llevar sólo de su corazón, y palabras como éstas no se ha
atrevido a dirigirlas a sus seguidores ningún líder, ningún fundador de una religión, ningún
maestro a sus discípulos. Estas palabras sólo han podido salir de un Hombre Dios…
Para decir Jesús que nos conoce tan profundamente a cada una de sus ovejas pone la
comparación última a que podía llegar: ¡nada menos que como se conocen el Padre y el
mismo Jesús!
¿Es posible? ¿Es posible que Jesucristo se atreva a decir semejante exageración?… ¿Que
yo esté en su mente como lo está el Padre en el pensamiento de Jesús, y como el Padre tiene
entrañado a su Hijo Jesús?…
Esto quiere decir que el amor que Jesucristo me tiene es un amor insuperable.
Esto quiere decir que yo no falto en su pensamiento ni un solo instante.
Esto quiere decir que Jesús está volcado sobre mí para que no me falte nada en orden a
mi salvación.
Esto quiere decir que su cielo no será tan cielo si le falto yo.
Esto quiere decir que todo esto que yo estoy diciendo ahora no es una exageración, sino
que es la enorme realidad en que Jesucristo nos tiene metidos a todos y cada uno de los que
formamos su rebaño.
Quizá la mejor explicación de estas sus palabras las tengamos en otras palabras suyas,
cuando le pide al Padre en la Ultima Cena antes de ir a morir:
– ¡Que todos sean UNO en nosotros como tú y yo somos uno!
Somos UNO porque hemos entrado a formar parte de Dios. Porque Jesús y nosotros
formamos un solo Cristo: Jesús Cabeza y nosotros miembros.
Y siendo Él y nosotros un solo Cristo, al pensar Jesús en Sí piensa en todos nosotros.
Al amar Jesús al Padre, amamos a Dios con el mismo corazón de Jesús.
Al ser amado Jesús por el Padre, nos ama forzosamente a nosotros al mismo tiempo que
ama a Jesús.
Al estar Jesús en el Cielo, por fuerza tenemos que estar nosotros con Jesús.
De este modo se entienden también las otras palabras del Señor:
– Mi Padre los ama porque me aman a mí.
Como sigamos discurriendo de esta manera, no sé a dónde vamos a llegar.
Pero ciertamente que no sobrepasaremos los límites a los que ha llegado Jesús cuando
nos ha dicho lo que ahora volvemos a repetir: -Conozco a mis ovejas y mis ovejas me
conocen como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre.
Y el conocimiento en el lenguaje de la Biblia sabemos que no es un conocimiento frío,
intelectual, sino un conocimiento lleno de amor, de ternura, de pasión…
¡Señor Jesucristo, Buen Pastor!
Los acentos de tu voz son siempre inconfundibles. Pero el silbo amoroso con que hoy
llamas a tus ovejas sólo puede salir de una boca como la tuya, y sobrepasa todo lo que
nuestra imaginación hubiera podido inventar.
¡Buen Pastor, que nos conoces a cada uno!
¡Buen Pastor que nos apacientas con tu Palabra, con tu Cuerpo y con tu Sangre!
¡Buen Pastor, que nos defiendes, y nadie puede arrebatarnos de tu mano!… ¡Guárdanos
hasta tenernos seguros en el aprisco de tu Gloria!