Queridas familias, paz y bendición para ustedes. Estamos a pocos días de la celebración de la Semana Mayor, donde dirigiremos nuestra mirada a Jesús, muerto y resucitado por nuestra salvación. Que el amor de Dios manifestado en su Hijo les ayude a fortalecerse en la fe y la entrega cotidiana.
En el Evangelio que se proclama este domingo, Jesús y sus discípulos se encuentran en Jerusalén para la celebración de la pascua judía. Comenzando la escena, aparecen unos griegos temerosos de Dios que también han ido a la ciudad santa a celebrar la pascua; allí han tenido noticia de las obras de Jesús y por eso lo buscan y desean hablar con él. Aunque después desaparezcan del relato son importantes porque son representativos de aquellos hombres y mujeres extranjeros que acogerán la buena noticia de salvación por la predicación de los apóstoles, después de la resurrección.
La visita de estos griegos da pie a Jesús para hablar a los presentes de su glorificación; la hora de su pasión, muerte y resurrección. Con una sencilla metáfora el maestro desvela el misterio de su glorificación: la semilla cae en tierra y muere para dar origen a la nueva planta y producir mucho fruto; del mismo modo, quien quiera crecer, alcanzar plenitud de vida y dar fruto, debe renunciar a sí mismo, a su tendencia egoísta. Hay que entrar en la lógica de la cruz para entrar en la vida plena: el que se busca a sí mismo se perderá, el que entrega la vida la gana. El Reino de Dios se conquista por un amor entregado hasta dar la vida.
Ante el misterio de la cruz Jesús siente miedo, el mismo miedo que experimentará en la noche de la agonía de Getsemaní. Sin embargo, será en la cruz donde brillará la luz del amor que supera todo temor. Es en la cruz donde Jesús llevará a pleno cumplimiento la voluntad del Padre, revelando al mundo que es el amor el que salva y da vida verdadera. Esta es la verdad que nos libera. Esta es la verdad que acogerán las naciones como buena noticia.
Hermanos y hermanas, hoy estamos invitados a erradicar nuestro egoísmo y unirnos a Jesús en su entrega de amor. El ego se opone a la entrega, a la fidelidad, al servicio desinteresado. La cruz es el camino que nos conduce a la verdadera felicidad. Cuando seamos capaces de renunciar a nosotros mismos, a nuestros propios intereses, y pensar en el bien y la felicidad de los demás, brotará de nuestra vida el torrente inagotable de la fuerza del Señor. Sigamos a Cristo en la hora de su glorificación. Este es el tiempo oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.