¿Queremos repetir de nuevo un Evangelio que nos sabemos de memoria?… Pues, otra vez que lo vamos a oír dentro de todas las celebraciones de la Iglesia en este Domingo.
Y con razón. Sabida y practicada esta página del Evangelio, sobra todo lo demás que nos puedan decir. Sobra hasta todo lo que quiera decirnos Dios, ya que Dios ha condensado en una palabra toda su ley, toda su voluntad santísima, todas las normas de vida…
Este Evangelio se encierra en esta sola palabra: “¡Amarás”. Se lo vamos a escuchar al mismo Jesús.
Como decimos en nuestro lenguaje familiar, la lucha entre Jesús y sus enemigos, los es-cribas y fariseos, está que arde… Dos días le faltan a Jesús para ser capturado y entregado a la pasión y la muerte. Las discusiones en la explanada del Templo han alcanzado en estos días un acaloramiento desacostumbrado.
Los enemigos de Jesús, que quieren tener razones válidas para acusarlo y condenarlo, ya no saben qué inventar para pillarlo en algo contra la Ley.
Y Jesús, que se ha empeñado en salvar a sus rivales de la catástrofe que se les viene en-cima, no deja de tenderles la mano a ver si se agarran a la última tabla de salvación.
Así las cosas, Marcos nos presenta a un doctor de la ley que se acerca a Jesús con la mejor voluntad. En esto discrepa de sus colegas, que no hacen sino tender lazos a Jesús. Y le pregunta con toda seriedad sobre un punto tan discutido en las escuelas de los rabinos:
– Maestro, ¿Cuál es el primero de todos os mandamientos.
Jesús ve la sinceridad en la pregunta, y le responde con naturalidad y complacencia:
– El primer mandamiento está en eso que tú recitas cada día como primera oración tuya: Escucha, Israel. El Señor nuestro Dios es el único Señor. Por lo mismo, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todas tus fuerzas.
No había lugar a discusión. La cosa estaba bien clara. Pero Jesús prosigue, sin romper el enlace con las palabras anteriores:
– Y el segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que éste.
Jesús no ha podido dar una respuesta más concreta, más acertada, más segura: Amarás.
El doctor de la ley agradece la contestación de Jesús. Piensa, reflexiona, y comenta:
– ¡Muy bien dicho, Maestro! Porque, en verdad, Yahvé es el único Dios y no hay ningún otro fuera de Él. Amarlo con todo el corazón, con toda el alma y con toda la fuerza, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
Jesús, que no ha escuchado siempre más que réplicas aceradas de los otros escribas, al encontrar ahora a este doctor que responde tan sensatamente y dándole toda la razón, le anima diciendo:
-¡Te felicito! Tú no estás lejos del Reino de Dios.
Independiente de que esto es Palabra de Dios, hay que decir que este mandamiento es verdaderamente genial. Que una sola palabra —Amarás— compendie y resuma toda la ley, todas las leyes que se puedan dar, es algo que sólo Jesús ha sido capaz de enseñar y establecer.
Con sólo este mandamiento se hace todo el bien cara a Dios y al prójimo, y se evita en absoluto cualquier mal que se pudiera cometer.
Amar, por lo mismo, es cumplir toda la ley en toda su perfección.
Con lo sensibles que hoy nos hemos vuelto respecto de este tema del amor, este Evangelio tiene para nosotros —la ha tenido y la tendrá siempre, pero mucho más ahora— una importancia enorme, única, actual a más no poder.
Nos quejamos de la secularización que está padeciendo nuestra sociedad. ¿Qué sucede hoy en muchos sectores del mundo? Dios ha dejado de interesar. A muchos, esa palabra “Dios” no les dice nada. Aunque no lo nieguen, porque ni lo necesitan ni les estorba, Dios está del todo ausente en muchas vidas. ¿Rezar, para qué?… ¿Misa del domingo, para qué?… ¿Instruirse en la fe o enseñar el catecismo a los hijos, ¿para qué?… Dios —se dicen— es una idea bonita que a muchos les llena. Pues, que sigan con ella…
Pensando así, y actuando de esta manera, es cómo gran parte de la sociedad se ha aleja-do de Dios.
Nos quejamos también de tantos males sociales: injusticia, opresión, hambre, niños abandonados, mujeres explotadas, corrupción administrativa, cárceles inhumanas… Todo es violación de los derechos humanos más elementales.
¿Dónde está la causa? Pues, en el egoísmo, personal y colectivo. Egoísmo es cerrarse en sí mismo sin abrirse a los demás. O sea, falta absoluta de amor.
Sacamos nosotros las consecuencias.
¿Remedio contra el abandono de Dios, que puede significar la pérdida de Dios para siempre? Amar a Dios…, unirse a Él con la oración…, suspirar por Dios anhelando los bienes eternos… Es la única manera de asegurarse la salvación.
¿Remedio contra los males de la sociedad? Amar al hombre, a todo hombre, haciéndole siempre el bien, porque es digno de todo respeto, porque es hermano nuestro, porque es imagen de Dios…
¡Señor Jesucristo!
¡Qué genial te has mostrado al formularnos tu ley! Amar… Cultivar el corazón… Saber abrirlo y saber darlo… Encerrar a todos dentro: ¡juntos al mismo Dios y a todos los herma-nos!… ¿Algo más fácil, algo más bello, algo más grande?…
P. Pedro García, cmf.