Domingo 18 de Octubre de 2020.
29 Domingo Ordinario
San Mateo 22,15-21: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”.
Queridos hermanos y hermanas, reciban un saludo afectuoso en este nuevo domingo. Dediquemos un tiempo como familia para agradecer al Señor la abundancia de sus dones.
En el Evangelio que se proclama este día se nos presenta uno de los dilemas que el pueblo judío discutía frecuentemente: la licitud del pago del tributo al emperador romano. Un grupo de fariseos y herodianos buscan hacerle trampa a Jesús por medio de este tema que generaba candentes debates en los diferentes grupos políticos de la época. Una gran mayoría del pueblo sentía una honda indignación por el pago del tributo, porque recordaba constantemente la dominación extranjera.
En efecto, Jesús percibe la maldad y rechaza tajantemente la hipocresía de los que le inquieren. Él sabe bien que los fariseos consentían la licitud del impuesto de mala gana y que los herodianos, sin lugar a dudas, eran colaboradores directos de Roma. Por ello les pide que le muestren una moneda con la que se paga el tributo: la imagen del César en la moneda demuestra que la soberanía de Roma en el país es un hecho real. Los emperadores se impusieron en la vida de los judíos, exigiéndoles culto y obediencia ciega. La Ley de Moisés prohibía esta práctica, pues sólo a Dios se le debía rendir adoración.
Jesús tenía claro que el emperador no era Dios y por eso en su respuesta separa a “Dios” del “César”: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (v. 21). Jesús le quita al emperador la categoría de Dios y rechaza como absoluto. El Reino de Dios que anunció Jesús es totalmente contrario al reinado del César. Por otra parte, según la concepción del Imperio Romano, al César le pertenecían los seres humanos y la tierra que habitaban; él se apropiaba de todo. Jesús pone en evidencia que al emperador le pertenece la moneda con su imagen, pero no la tierra ni las personas. Las palabras salomónicas del Maestro colocan los intereses del César muy por debajo de los intereses de Dios, pues el hombre sólo debe amar y servir a Dios con todas sus fuerzas (cf. 22,37).
¿Quién es el primero en nuestras vidas? ¿A quién rendimos culto con nuestros pensamientos y acciones? En nuestras familias se vive un desajuste severo en la escala de valores: Dios y su justicia debe ser el primero en nuestras decisiones. Su ley debe motivarnos a crear un mundo nuevo, donde la vida y las personas sean valoradas. Donde la creación no sea acaparada y destruida sino compartida y respetada. Cuando perdemos de vista a Dios en las relaciones sociales y económicas se da un fracaso que cobra vidas humanas. No permitamos que el César le robe el puesto a Dios. Este es el tiempo oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.