La célebre parábola de Jesús que hoy nos brinda el Evangelio parece que estuviera dictada especialmente para nuestros días de la Cuestión Social, de la tan traída y tan llevada Teología de la Liberación, y de no sabe uno cuántas cosas más surgidas de la lucha entre ricos y pobres…
Si analizamos bien esta parábola, veremos que el Evangelio, sin meterse para nada en cuestiones sociales, da la solución más acertada a todos nuestros problemas.
Hoy Jesús nos quiere hablar del dinero. Y al pronunciar esta palabra, se nos abren los oídos, se ponen atentos, y estamos curiosos por saber pronto lo que nos va a decir con palabra tan mágica: ¡Dinero!…
Pero, antes que discurrir por nuestra cuenta, escuchemos primero lo que nos cuenta Jesús.
Un terrateniente, dueño de una gran finca, tenía un administrador del cual se fiaba, pero un día le llegaron rumores alarmantes, y lo citó muy serio en la oficina:
– Oye, ¿Qué es eso que me cuentan de ti? ¿Es cierto o no es cierto el que te estás aprovechando de tu cargo, que robas lo que puedes y que me estás perjudicando gravemente? Dame cuentas detalladas de todo.
Las cuentas, naturalmente, iban a demostrar un enorme déficit, y el administrador veía que se le echaba encima un despido fulminante.
Entonces empezó a discurrir:
– Bueno, ¿y qué hago ahora? Mi amo me exigirá la restitución de todo lo que he robado, y entonces me quedo sin nada. ¿Cómo voy a vivir en adelante? Para trabajar en el campo, ni tengo fuerzas ni quiero, porque nunca he trabajado así. Pedir limosna, me da vergüenza. ¿Qué hago?…
Y, discurriendo, discurriendo, tiene una idea feliz:
– ¿Por qué no me hago amigos a todos los que han comprado algo de la finca, para que, al quedar despedido, me ayuden y hasta me reciban en sus casas?
Dicho y hecho. Llama a todos los deudores de su amo, y va preguntando a cada uno.
– Oye, ¿Cuánto debes tú a mi patrón?
– ¿Yo? Cien barriles de aceite.
– Muy bien. Aquí está tu recibo. Siéntate, y escribe sólo cincuenta. Los otros cincuenta, para ti.
– Oye, y tú, ¿Cuánto trigo compraste en la cosecha?
– Yo, cien sacos.
– Perfecto. Aquí está tu recibo, y escribe sólo ochenta. Los otros veinte, te los quedas tú.
El dueño de la finca, al ver el déficit evidente, le dice furioso:
– Márchate, que quedas despedido sin más de la administración.
Pero el dueño no se dio cuenta de que la última trampa fue peor que todas las anteriores. Al saberlo, en vez de enfurecerse, les decía a sus amigos:
– He de reconocer que este granuja fue listo de verdad. Yo lo expulso de mi finca, y él se ha encontrado con un montón de amigos que lo han recibido en sus casas y no le falta nada. Lo que ha hecho ese tipo estará todo lo mal que queramos, pero hay que felicitarlo por su astucia…
¿Qué hay que decir de esta parábola? ¿La entendemos bien?
No se trata de aprobar la infidelidad del administrador, reprobable desde el principio hasta el fin, sino de admirar su astucia en el manejo del dinero.
Por eso Jesús, saca esta conclusión: que en las cosas de la tierra somos muy listos y avispados, y muy poco previsores en las cosas eternas.
Pero, como se trata del dinero, todo va para los que tienen dinero. Y les dice:
* No hablo del dinero ganado honradamente. Yo trabajaba en mi taller de Nazaret, y tenía que cobrar las modestas facturas a mis conciudadanos. Mi dinero era mi gloria porque era fruto de mi trabajo honrado y yo lo necesitaba para mantener a mi madre y vivir yo. Manejé dinero, aunque no tanto como ustedes…
Si llamo injusto a su dinero, es porque muchas veces lo han ganado mal: o robando, o con negocios sucios, o explotando a los trabajadores, o dejando en su miseria a los pobres.
Pero, si quieren que ese dinero suyo sea su salvación, pónganlo en manos de quienes lo necesitan. Asístanles. Ayúdenles. Cuando venga la hora de la muerte, no se llevarán el dinero que hicieron con sus negocios; pero, si lo pusieron en manos de mis pobres, ellos serán sus abogados, y serán ellos quienes los reciban en su casa, que es la casa de Dios…*
Podemos hacer que Jesús nos siga hablando sobre su parábola. Pero tenemos bastante con lo que nos ha dicho. Discurriendo, nosotros vemos apuntada en ella la solución de nuestros problemas tan graves.
¿Dinero injusto? Lo hay en muchas manos. Si todo el dinero se debiera al trabajo honrado, el dinero no sería llamado por el Señor de manera tan grave: ¡Injusto!…
¿Dinero para vivir en grande y con todos los caprichos, mientras hay pobres explotados, enfermos sin medios para curarse, hambrientos que no se pueden llenar ni una sola vez el estómago?…
Dinero que no pasa la frontera de la tierra al Cielo, ¿para qué sirve?…
Dinero que quema en las manos, ¿para qué lo apretamos tontamente?…
Mientras que el dinero que es como una llave que abre las puertas de la Ciudad Eterna, la puerta de la casa de Dios, ése es un dinero bendito, que sirve para mucho, que sirve tanto, tanto…, que con él se compra hasta el mismo Cielo…
P. Pedro García, CMF.