Las riberas del Jordán se habían visto durante meses atestadas de gente que iba y venía a bautizarse en agua por Juan el Bautista. Jesús también se hizo bautizar, aunque Juan ponía toda resistencia. Pero al ver que llegaba otra vez Jesús, se le quedo mirando de hito en hito, y dijo a los circunstantes:
– ¡Miren el cordero de Dios! ¡Miren a ése que quita el pecado del mundo!
Los discípulos de Juan quedaron extrañados de un hablar semejante. Y se decían entre ellos:
– ¿Cómo? ¿Este Jesús es el que Isaías llama el Siervo de Yahvé? ¿Tan importante es este Jesús, que Juan lo compara nada menos que con el cordero inmolado por los israelitas al salir de Egipto? ¿Tanto hace este Jesús por los pecados del pueblo, como el animal del día de la expiación?… ¿Quién es este Jesús de quien habla Juan?…
Pero Juan no se calla, y sigue diciendo maravillas de aquel treintañero venido de Nazaret:
– Yo no lo conocía, pero se lo iba diciendo a ustedes: Después de mí viene uno que es mucho más que yo, y me tiene que pasar adelante. Yo estoy aquí solamente para darlo a conocer en Israel. ¡A él, a él es a quien tienen que mirar y seguir, y no a mí!
Los discípulos de Juan no estaban muy acordes, pero tenían que seguir escuchando:
– Yo he visto al Espíritu Santo bajar del cielo como una paloma y posarse sobre él.
Los discípulos preguntan por lo que habían visto el día anterior:
– Oye, Juan: ¿te refieres a aquello de ayer, cuando se rasgaron las nubes y se oyó aquella voz misteriosa que anunciaba: éste es mi Hijo tan querido?
Juan lo ratifica todo:
– Sí. El mismo Dios que me mandó venir a bautizar con agua, me tenía dicho: Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu, ése es el que tiene que venir y bautizar en el Espíritu Santo. Y yo les aseguro que éste es el Hijo de Dios.
Los discípulos de Juan no entienden nada. Después, se les van a comer los celos al ver cómo Jesús se lleva más discípulos que Juan, aunque Juan, humilde y generoso, les contestará:
– Les dije que yo no era el Cristo. Ese Jesús debe crecer, y yo debo disminuir. Jesús debe aparecer, yo me debo retirar…
El evangelista San Juan, que nos narra estas escenas, está haciendo una teología muy profunda. Sabe interpretar las palabras de Juan el Bautista, y nos viene a decir:
– ¿Jesús?… Es ese misterioso personaje de quien nos habla el profeta Isaías, que irá obediente hasta la cruz y nos redimirá con su sangre. ¡Jesús es quien va a eliminar el pecado del mundo!
– ¿Jesús?… Es el cordero que mataron nuestros antepasados en Egipto, y por él se vieron libres de la esclavitud del faraón y de todos los que les oprimían. Jesús es el verdadero Cordero pascual.
– ¿Jesús?… Es como ese animal del día de la expiación, sobre el cual descargamos todos los pecados del pueblo para que desaparezcan de la vista de Dios…
– ¿Jesús?… Él cargará sobre Sí todos nuestros pecados, y con su muerte nos librará de toda esclavitud, igual que el cordero libró de la esclavitud de Egipto a nuestros padres.
– ¡Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y así nos trae la liberación!
Como vemos, Jesús es el Libertador enviado por Dios. La lástima es que nosotros nos hemos empeñado en hacerlo un libertador a nuestro gusto, y no lo miramos como el Libertador de Dios.
El hombre moderno, con el dominio que tiene de la naturaleza, quiere ser el libertador de todos los males que aquejan al mundo, y no mira para nada al Libertador de Dios.
Cuando Dios hablaba de su Libertador, se refería a aquel que quitaría el pecado del mundo, al que nos libraría de la esclavitud de Satanás y de la condenación que esperaba al hombre culpable.
Hoy el hombre piensa y dice:
– Hay que librarse de la guerra, de los campos de concentración, de la opresión de los dictadores, del hambre, del analfabetismo, de la enfermedad, de la contaminación del ambiente…
¡Bien, muy bien dicho! Porque Dios no quiere ninguna de esas esclavitudes. Pero lo malo es que el hombre se apoya sólo en sus propias fuerzas y deja de lado el auxilio del Señor. Puro humanismo, y falta total de fe… Por eso el hombre pone su ilusión en la técnica y reza poco…
Otros, dentro de la misma Iglesia, llevan la liberación al terreno económico y político. ¡Muy bien también! Porque Dios no tolera la injusticia y la opresión.
Pero, ¿por qué no se mira antes, y sobre todo, a la liberación del pecado, cuyas consecuencias son mucho peores que todos los demás males juntos?…
La liberación que nos trae Jesucristo es liberación total.
Liberación de los males que padece la comunidad de los hombres en el terreno social, es cierto.
Sin embargo, todo el plan salvífico de Dios empieza y termina por la liberación del pecado, que nos llevaría a la pérdida de la vida eterna.
Todo lo demás queda subordinado a esta liberación primera, capital, trascendente, porque pasa las fronteras de este mundo…
¡Señor Jesucristo!
Líbranos de todos los males. ¡De todos!… Del hambre, de la enfermedad, de la injusticia, de la opresión, de los ciclones, de los terremotos y de las malas cosechas.
Pero, más que nada, líbranos de la culpa, que atenaza a tantos hombres.
Si Tú nos quieres libres, ¿por qué vamos a ser esclavos?… ¡Danos la libertad de los hijos de Dios!…
Tú, que eliminas el pecado, mantén limpias nuestras almas, para que sean el recreo de los ojos inocentes de Dios…
P. Pedro García, CMF.