¿Nos acordamos del Evangelio del Domingo anterior? Jesús, tentado en el desierto por Satanás, que le ofrece placer, dinero y poder, y Jesús que rechaza todo para abrazarse con una vida austera que parará en la cruz.
Esas tentaciones eran y son terribles.
Eran para espantar a Jesús, hombre verdadero, sujeto a nuestras mismas ilusiones humanas.
Y son para asustarnos a nosotros, que vamos a correr la misma suerte que el Señor.
Tanto Jesús como nosotros renunciamos a la vida fácil y nos abrazamos con el deber que nos impone Dios.
Para Jesús, el deber era salvarnos por el sacrificio de la cruz.
Para el cristiano, es aceptar todas las responsabilidades que conlleva el Bautismo.
Y ni le gustaba a Jesús la cruz, ni nos gusta a nosotros una vida de renuncia a los caprichos del mundo. Sin embargo, tenemos que abrazarnos con la renuncia, que Jesús llamará la cruz de cada día…
Ante esta realidad, muchos se dicen:
Entonces, no trae mucha cuenta ser cristiano. Resulta más cómodo hacerle un poco de caso al tentador que nos ofrece un pasar más divertido…
Este pensar y hablar son el silbo engañoso de la sirena. Por eso la Iglesia quiere estar al tanto, para no dejarse arrastrar mar adentro por el mundo seductor. Y mira ya la gloria que nos espera si triunfamos
Porque el Evangelio nos quiere dar en esperanza un anticipo de lo que nos aguarda, a Jesús y a nosotros, si somos valientes, si nos fiamos de Dios y si le hacemos caso.
Para que Jesús no se espante ante la cruz que le espera, quiere Dios Padre mostrarle lo que le va a venir después del Calvario. Y lo hace ante tres testigos privilegiados, que van a dar testimonio de la gloria del Señor y de la que nos promete a nosotros.
La escena del Tabor es grandiosa.
El Señor ha pasado toda la noche en oración, mientras que Pedro, Juan y Santiago han dormido como troncos. Y al amanecer, al despertarse, comienzan a gritar embobados:
¿Qué es esto? ¡Si Jesús aparece más resplandeciente que el sol, sus vestidos blanquísimos deslumbran más que la luz, y los dos grandes profetas de Israel le están haciendo compañía y hablando con él! ¿Qué es esto?…
Pedro, el espontáneo de siempre, no se puede aguantar y empieza decir disparates:
¡Maestro, qué bien se está aquí! ¡Mira, vamos a construir tres tiendas de campaña, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías, y no te preocupes por nosotros!…
Dejemos al bueno de Pedro que siga en sus desatinos, y escuchemos la voz del Padre, que se oye en medio de la nube:
¡Este es mi Hijo queridísimo, en quien yo tengo todas mis delicias! ¡Escúchenlo!…
Desaparece todo, mientras los tres discípulos están aterrados en el suelo porque han oído la voz de Dios. Hasta que viene Jesús, y les dice:
Levántense y no tengan miedo. Pero no cuenten esta visión a nadie hasta que yo haya resucitado de entre los muertos.
Estamos en un momento clave de la vida de Jesús. Hombre verdadero, y por más que es muy valiente, le espanta la suerte que le espera, pues está viendo muy cerca la cruz. Viene entonces Dios Padre, y le anima:
¡Venga, Hijo mío, no tengas miedo! Mira lo que vendrá después…
Jesús, consciente de su suerte, se da cuenta de cómo los discípulos se querían tirar para atrás ante lo que les anunció sobre su pasión y la necesidad de seguirle cada uno con su propia cruz.
Pedro, Santiago y Juan, que han visto en la montaña tanta gloria, se deberán encargar de animar al grupo, aunque guarden en secreto la visión.
La Iglesia, peregrina en la tierra, pasará por mil persecuciones, y cada cristiano se verá en la precisión de hacer caso a Jesús, de tomar la cruz cada día, y de seguir al Señor.
Con esta visión del Tabor siempre ante los ojos, ni tiene miedo Jesús, ni se tiran para atrás los apóstoles, ni la Iglesia se rinde ante los enemigos.
Todos sabemos lo que nos aguarda al final, y no dejamos de suspirar por la gloria que el Señor nos deja entrever en el Tabor.
En el Bautismo, cuando nacemos a la vida cristiana, lo primero que se nos hace es signarnos con la Cruz. Pero acaba la Iglesia entregándonos la lámpara encendida, como diciéndonos:
Mira la luz de la gloria que te espera al final, y guarda la fe en medio de la tentación y de la lucha. Dios es fiel, y no te va a fallar…
Aunque Dios nos pide, como a Abraham, que cerremos los ojos y que sigamos su voz.
Nos pide, como a Jesús, que vayamos con cuidado con el Maligno.
Nos pide, como a los discípulos, que no nos escandalicemos cuando Jesús nos exige que vayamos detrás de Él llevando nuestra propia cruz.
¡Señor Jesucristo!
Contemplando tu gloria, la misma que nos preparas a nosotros, ¿Quién te va a decir ¡No! cuando nos pides la fidelidad a nuestros compromisos bautismales?
Tentados y con la cruz a cuestas, es como nos hacemos dignos de ti y llegamos a la luz inextinguible de tu gloria…
P. Pedro García, CMF.