¡Bello de verdad el Evangelio de hoy!… No se cansa uno de meditarlo. ¿Qué ocurría en los tiempos de Jesús dentro del pueblo?
Los escribas y fariseos, enemigos acérrimos de Jesús, echaban sobre los hombros de la pobre gente cargas insoportables.
Además, soñaban en un Cristo triunfador, en un rey guerrero, avasallador, dominador de naciones con poder político, y que nadaría en un mar de riquezas insospechadas…
Ahora se presenta Jesús y deshace tanta ilusión tonta. Humilde, manso, lleno de bondad, está siempre rodeado de gente pobre, de pecadores bien dispuestos, de sencillos que aceptan su palabra mientras que la rechazan los orgullosos jefes del pueblo. Ante este panorama, Jesús clava su mirada en el cielo, se extasía, se entusiasma, y dirige al Padre un exabrupto sublime:
– ¡Padre! Te bendigo, Señor del cielo y de la tierra, porque tienes escondidas estas cosas a los sabios e inteligentes y las revelas a los pequeños. ¡Sí, Padre, porque así te ha perecido bien!…
Dios está demasiado alto, y si el hombre se quiere subir hasta El con orgullo, Dios se aleja más y más.
Por el contrario, si el hombre permanece humilde en su presencia, Dios se complace en abajarse, como un padre sobre el hijo pequeño, para hablarle con toda la ternura de su corazón.
Dios goza con los humildes, por pobres y pecadores que sean, y resiste a los soberbios, por santos que ellos se imaginen ser.
Jesús ahora penetra en su propio misterio, y exclama con grandiosa profundidad:
– ¡Todo me lo ha dado mi Padre! Y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Con estas palabras nos viene a decir que es inútil buscar a Dios si no es por Jesucristo. Sólo El tiene palabras de vida eterna.
Y mienten los que se proclaman profetas, como si fueran enviados por Dios. Ese hacer de profetas sin ser profetas verdaderos es una triste profesión que viene de muy antiguo. Si sabemos leer la Biblia nos damos cuenta del problema que los falsos profetas creaban en el pueblo de Israel. En los primeros siglos de la Iglesia pasaba lo mismo, y de esos profetas falsos nacieron todas las herejías y todas las sectas.
Dios dijo su última palabra por Jesucristo, palabra confiada a su Iglesia, y todo el que venga después, si no es enviado por el mismo Jesucristo, es un mentiroso y la verdad de Dios no está en él…
Jesús mira a su alrededor y ve la turba de los pobres, los desposeídos, los que buscan confiadamente a Dios, y les lanza el grito más tierno, apremiante y consolador:
– ¡Vengan a mí todos ustedes que se sienten cansados y oprimidos, y yo los aliviaré! ¡Vengan, y no teman! Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón. Así encontrarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es suave y mi carga es muy llevadera.
¿Es cierto esto último que Jesús nos dice? ¿No decimos muchas veces que el Evangelio es muy exigente, que solamente los valientes lo abrazan y se entregan a él con generosidad?… Cierto. Pero cuando llega la dificultad, vemos que Jesús se pone delante de nosotros, y entonces, con El y por El, no hay peso que no podamos llevar…
Una enfermedad, por ejemplo, será todo lo terrible que queramos, pero si se mira a Jesús clavado en la cruz, el paciente se resigna, sonríe, y hasta se gloría de ofrecer a Dios un sacrificio que le une tan íntimamente al Crucificado para colaborar con Cristo en la salvación del mundo.
El trabajo de cada día podrá resultar muy duro, pero si se fija la mirada en el taller o en los campos de Nazaret, el obrero Jesús acalla todas las quejas que quisieran salir de nuestra boca.
La Ley de Dios contendrá preceptos a veces un poco molestos. Nos gustaría echárnoslos de encima y tirarlos por la borda… Pero al ver a Jesús tan fiel a Dios su Padre, nosotros sabemos repetirnos también:
– ¡Adelante! Aunque me cueste, y precisamente porque me cuesta… Así le pruebo a Dios que lo amo con todo el corazón y que mi amor no suena a falso…
Este Evangelio es para meditarlo, no para hacer discursos sabios sobre él. Algunas cosas, sin embargo, resaltan a simple vista de modo especial.
Jesús no acepta la dictadura en ninguna de sus formas. Ni la del espíritu ni la de la política. Nos ha hecho libres y nos quieren libres, para servir todos a Dios con gozo y en paz.
En su tiempo, Jesús no toleró la dictadura de la ley impuesta por los letrados y fariseos. Hoy no toleraría, ni tolera por medio de su Iglesia, cualquier forma de opresión que esclaviza a la persona.
Jesús nos hace ver cómo el orgullo de los que se creen sabios aleja de Dios. Sólo el humilde que acepta la Palabra sin discusión llega a conocer a Dios y no cae nunca en el error.
La oración de los sencillos abre a sus almas muchos misterios que permanecen ocultos a los que nunca se comunican con el Señor.
La llave de los misterios de Dios la posee solamente Jesucristo, y Jesucristo la pone en manos de los humildes, los confiados y los entregados a la oración.
Jesús, sobre todo, nos llama a darnos a El cuando nos encontramos tristes, solos, sin esperanza humana. En el Corazón de Jesucristo hallaremos siempre la paz que el mundo no sabe dar.
¡Señor Jesús, en ti confío!
Tú me dices: ¡Ven!… Y yo te respondo: ¡Voy!…
Sé que Tú no me rechazas.
Amas al pobre y amas al rico. Amas al santo y amas al pecador. ¿Por qué no me vas a querer a mí?…
P. Pedro García, CMF.